Diario de León

CORNADA DE LOBO

No escribió nada

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QUEVEDO en León enhebraba las tardes con un canónigo que iba a verle hasta San Marcos, salían juntos andando por Renueva hasta la colegiata de San Isidoro, allí le dejaba y regresaba don Francisco solo a su celdona en la casa madre de su Orden de Santiago (lo suyo no fue mazmorra, sino regalado, aunque penoso, confinamiento, un privilegio propio de caballero de esa orden)... y volvía trillando pensares y nuevas líneas a escribir que eran cosa impensable y paradójica en su carrera literaria y en su malicia satírica, pues en en estos bajonazos del reuma y del alma le daba a la pluma con cosas teológicas, vidas de santos y consideraciones morales, como si su epílogo de escritor le hubiera vuelto, como a Lope, meapilas. Plática parecida me ocurrió hace días con un canónigo dimisionario de Oviedo, gente sanota y tripalari, versado y culto cura con el que coincido en un cenorrio anual en Noreña. La echamos larga esta vez porque tenté la polémica con una verdad palmaria: Jesucristo sabía escribir, pero no escribió nada en su vida, salvo unas letras garabateadas en tierra, según cuentan. No escribió nada más, ni siquiera una carta a los samaritanos, a la tribu de Judá o a los efesios. Ni un folio. A él se lo escribirían después todo, hablarían por él, Jesús el ágrafo. Se valió sólo de la palabra. Contaba. Iluminó con parábolas la imaginación y la esperanza de los desdichados y los pobres. Le seguían en tropel sólo por escucharle. Era la palabra, un verbo con pomada. Y sólo con palabras incendió la fe de sus seguidores. Podía haber escrito o dictado (san Juan tenía una letra de primor y estaba al lado; pero no). Curioso. Budas y Mahomas sí lo hicieron escribiendo o escriturando sus doctrinas. Al hijo del Dios nuestro se le olvidó. Vaya. ¿Lo hizo adrede?... Pues claro. No necesitaba escribir, sino andar y alertar a todos los de la nueva verdad que haría libres y eternos a los hombres de buena voluntad empezando por los sedientos de justicia y los míseros. Sólo con palabras. Y esto, en boca de un mesías, sólo quiere decir «fuera leyes y reglamentos inamovibles»; y lo que ates aquí en la Tierra ya iré yo atándolo en el Cielo, pudo decirle a san Pedro. No escribió, pero después escribieron los listos, iluminados y doctores dos montañas enteras de libros. Vaya.

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