Diario de León

LITURGIA DOMINICAL

La fidelidad en las cosas pequeñas

Publicado por
JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
León

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EL EVANGELIO de este domingo nos sitúa en lo que antes llamábamos el Juicio Final. Nos recuerda que la fidelidad al Señor no hay que esconderla y guardarla por si llegan grandes acontecimientos, sino que es para uso y consumo diario. En las pequeñas cosas aprendemos y ejercitamos la fidelidad a la voluntad de Dios, a su Palabra, para todo lo que nos ocurra y suceda en la vida, sea del carácter que sea. Pensar en el juicio final es creer ya que el hombre, todos y cada uno, por insignificantes que nos haga la masificación actual, tenemos que responder de la vida, de los talentos. Es estar convencidos firmemente de que somos responsables, de que no podemos desentendernos de la vida y refugiarnos en «vivir a nuestro aire», al margen y sin tener en cuenta a los demás. Creer en el juicio final es estar persuadidos de que no podemos tener la conciencia tranquila y «lavarnos las manos» cuando nos interesa no comprometernos. Porque el que, como Pilato, se lava las manos, es un irresponsable. Y no podrá presentarse con las manos limpias en el juicio de Dios. Dice un escritor que «sólo tiene las manos limpias el que no 'se lava las manos'», como hizo Pilato. En poco tiempo hemos visto hundirse entre nosotros ideales sociales y religiosos que sólo hace unos años despertaban la generosidad y entrega de hombres y mujeres. Las nuevas generaciones difícilmente encuentran causas nobles por las que merezca la pena luchar. Piensan que es mejor vivir el presente intensamente, exprimiéndole el máximo placer. Al mismo tiempo, valores tan importantes como la familia, la autoridad, la tradición, el magisterio de la Iglesia... han quedado oscurecidos o se han debilitado profundamente en la conciencia de muchos. Sin embargo, la sorpresa del «tercer siervo» de la parábola, condenado solamente por preocuparse de «conservar el talento» sin arriesgar nada más, nos recuerda que seguir a Jesús es mucho más que conservar intacta nuestra moralidad frente a todo y frente a todos. La moral cristiana no consiste en conservar fielmente la herencia que hemos recibido del pasado, sino en buscar, movidos por el Espíritu de Jesús, cómo ser más humanos precisamente en el mundo de hoy. Las leyes son necesarias; nos indican la dirección en que hemos de buscar y nos señalan los límites que no debemos franquear, pero sería una equivocación pensar que estamos respondiendo a las exigencias profundas de Dios sólo porque nos mantenemos íntegros en el cumplimiento de unas leyes. Ser creyente es algo mucho más grande y apasionante que enterrar nuestra vida en unas leyes para conservarla segura. El tercer siervo cumplió mal: escondió el talento que se le dejó. Muchas veces ocurre esto: quien menos tiene es quien menos arriesga. En muchas ocasiones oímos a personas que nos dicen: «Yo es que no sé... No puedo... No estoy preparado... para hacer cosas por los demás». Paradójicamente resulta que siempre estamos preparados y dispuestos para recibir la ayuda de los otros... Hay personas que se contentan con una frase ya manida: dicen que ni roban ni matan. Pero para el cristiano ésta no es la cuestión. La pregunta para el cristiano es: ¿Le haces bien a alguien?

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