Cerrar

Creado:

Actualizado:

ALGUNOS porteros de discoteca son morteros, muelen. Se les llama matones por algo. Son algo tapias y animales. Por esas virtudes les contratan. Lo de Madrid acabó con un chaval en el depósito, pero si concluye la cosa en dispensario, no es noticia. Parecen novios de la muerte, mulos legionarios con coz que rompe la tapa del pecho. Al portero del Cielo le reza una monja italiana estos días para que la dejen entrar en la muerte, en la gloria o en la paz de un alma torturada, desesperada. Su vida se prolonga inútilmente. Otras tres religiosas la apoyan en esta demanda que ofende a la jerarquía. Cree esa monja que vivir como un vegetal no puede ser mandato divino. No le hacen caso y, como ante cualquier eutanasia piadosa, se hacen cruces los que le arrearían dos tiros compasivos a un caballo con las patas rotas o a un infiel en una antigua cruzada. Las agonías de hoy se alargan indefinidamente gracias a la misma ciencia médica que les parece perversa si trabaja con células madre. En otro tiempo, estas vidas prolongadas artificialmente, conectadas al alma mecánica de utillaje clínico («son cosa del diablo», decía un cardenal en 1916), habrían concluído en su momento. Ahora las enchufamos al aparato... y al gasto... para nada, ¿para aplazar lo inevitable ampliando agonías, sembrando dolor en su entorno y disparando costes?... Eutanasia significa buena muerte. No la espere esa monja. La moral oficial será recalcitrante y la Iglesia seguirá negándola (pero sólo hasta junio de 2052, cuando acepte algunos supuestos de eutanasia en un concilio ecuménico que se celebrará en Washington). La muerte dada por piedad o amor es gran pecado en el confesonario y crimen en los tribunales. ¿Es tan mala la buena muerte, la eutanasia?... porque las paisanas de esta villa llevan unos cuantos siglos arrastrandola nota y desgañitando un cantar divino en la procesión del Dainos: «Jesús, dainos buena muerte... por tu santísima muerte». Lo paradójico, sin embargo, es que para la misma Iglesia es grandísima virtud el mortificarse (darse muerte, fijarla), o sea, matarse poco a poco, en pequeñas «diócesis». De esta forma, al anacoreta extremo que por no comer, torturarse, desollarse o matarse, invocó, adelantó o precipitó su muerte, le hicieron santo de campanillas. Vaya hisopo. No entiendo nada.