Él está en medio de nosotros y estamos alegres
EL TERCER DOMINGO de Adviento es una invitación a la alegría, un sentimiento mucho más profundo que el mero optimismo. El cristiano es una persona alegre, no porque le vaya todo bien en la vida o porque no le afecte la actual crisis económica o porque su salud sea «como la de un roble». El cristiano está alegre porque sabe, en lo más profundo de su ser, que en el camino de su vida, el Señor le acompaña en todos los momentos y circunstancias. Pero la alegría sólo es posible cuando la vida se comparte con otros.
De nuevo escuchamos hoy la invitación: «Allanad el camino del Señor». Si nos abrimos a la alegría por la venida constante de Dios, ello implica un asociarse a favorecer esta venida. Es decir, a trabajar por su venida, a superar los obstáculos que la impiden, a desbrozar el camino, a impulsar su presencia de amor, de justicia, de libertad y bondad en cada uno de nosotros y en todas las situaciones que vivimos. El Adviento es una vibrante llamada a abrir con toda confianza, pero también con todo esfuerzo, este camino del Señor.
Así lo hizo Juan Bautista, en el episodio evangélico de este domingo. Las autoridades judías le preguntan: «¿Quién eres?». Le piden que se defina a sí mismo. Las autoridades quieren una respuesta clara para juzgar si Juan representa un peligro; quieren saber qué pretende con su actividad. No ponen el mínimo interés por enterarse de su mensaje. Así somos muchas veces los humanos; sólo queremos vigilar para que nadie se desmande. Juan se define como «la voz que grita en el desierto». Es alguien que debe ocultarse para no hacer sombra al que viene. Es la conciencia del pueblo fiel que esperaba la venida del Mesías. Juan es «la voz», Jesús es «la Palabra». Quita la palabra y ¿qué es la voz? Un ruido vacío. La voz sin palabras llega al oído, pero no edifica el corazón. Lo que Juan Bautista está indicando es el proverbio: «Si alguien te señala el cielo, no te quedes mirando el dedo». Él sólo es dedo que señala al que viene.
A Juan lo mataron. La luz se hizo presente en el mundo y la tiniebla se empeñó una vez más en extinguirla; y mataron también a Jesús creyendo que así apagaban la llama que él quiso que prendiera en la tierra. Pero nosotros sabemos que esa llama sigue ardiendo y que la luz no se ha extinguido; por eso ahora nos toca a nosotros ser testigos de la luz. Se trata de una tarea arriesgada. Porque hay que denunciar a todos los que se esfuerzan por negar la luz a los hombres, a los que pretenden poseer la luz como propiedad privada y a los que quieren establecer una pacífica convivencia entre la tiniebla y la luz. Juan Bautista nos puede servir de ejemplo. Primero, porque, como en el caso de Juan, nuestro papel no debe ser más que el de testigos; nuestra tarea es dar testimonio de la luz, no apropiarnos de ella. Y, en segundo lugar, porque, igual que hizo Juan, no hay que esconder ese testimonio ante nadie ni en ninguna circunstancia. Aunque a algunos les salten los nervios por miedo a la luz.