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Cosas de aquí y allá | Madrugada trágica

Dolor aún vivo en Ribadelago

Los vecinos del pequeño pueblo sanabrés recuerdan este viernes el 50 aniversario de la rotura de la presa de Vega de Tera que terminó con la vida de 144 vecinos

Cerca de ocho millones de metros cúbicos de agua cayeron sobre el pueblo, acabando con la vida de 14

Publicado por
Beatriz Blanco
León

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zamora

A pesar de que este viernes se cumplirán nada menos que 50 años de la catástrofe de Ribadelago (Zamora), el recuerdo de esa noche está todavía muy vivo entre los pocos más de 70 vecinos de la localidad, algunos de ellos supervivientes del desastre. Fue en la madrugada del 9 de enero de 1959 cuando, pasadas las doce de la noche, la presa de Vega de Tera, perteneciente a un complejo hidroeléctrico, se rompía para lanzar sus cerca de ocho millones de metros cúbicos sobre el cañón del río Tera, arrasando Ribadelago.

«Fue la noche más amarga de mi vida», recuerda una de las supervivientes, Josefa Fernández, quien por esa época contaba con 23 años. Es la frase más repetida entre los que se pudieron salvar de la catástrofe, la mayoría gracias a su rapidez para subir hasta el campanario de la iglesia, a los tejados de las casas, las rocas o los árboles del pueblo, porque la riada llegó casi sin avisar y en plena noche, gélida como es habitual en la comarca sanabresa por estas fechas, cuando muchos estaban durmiendo. Esta circunstancia hizo que el agua se llevara la vida de 144 personas, de las que sólo se pudieron rescatar 28 cadáveres, un apunte más para ahondar en el dolor de aquella noche.

Muchos aseguraron desde el principio que esa presa, la de Vega de Tera, estaba mal construida desde el principio. De esta opinión es Antonio Parro, quien trabajaba en esta instalación como electricista.

«La obra estaba mal hecha desde el principio. Las capas de hormigón no pegaban bien unas con otras y eso lo sabían todos los que trabajaban allí. Se hicieron muchas trampas hasta que se terminó la obra y, claro, al final tuvo que reventar, en cuanto se llenó de agua la primera vez», denuncia este vecino, que, como el resto, perdió muchos familiares aquella fatídica noche.

El actual alcalde del pueblo, Alfredo Puente, es también uno de los supervivientes. Reconoce que «recordar es un poco duro» y se emociona al rememorar aquel día, cuando se encontraba en casa de su futura mujer, con su cuñada y el abuelo de ambas. «Oímos ruido y salimos a la calle, pensando que era un viento muy fuerte, pero los árboles no se movían. En seguida vimos el agua y nos dimos cuenta de que era la presa que había reventado. Regresamos a casa, para sacar a la hermana de mi novia y al abuelo, quien, con ochenta años, se negó a salir. En ese tiempo de discusión nos rodeó el agua y ya sí que no pudimos salir. Tuvimos mucha suerte de que la casa no se la llevara el agua», recuerda.

Fueron cinco minutos eternos, «el tiempo que tardó el puente de hierro en desatascarse, porque la arboleda lo había taponado». «Cuando el puente reventó, el agua bajó y salimos a la calle, donde ya sólo había charcos y muchos vecinos subidos al campanario de la iglesia del pueblo», relata Alfredo, quien perdió más de una docena de familiares en la tragedia, además de a sus suegros, que estaban en una casa más abajo. «Nosotros tuvimos suerte de estar una casa refugiada por rocas y fue eso lo que permitió que la riada no se llevara todo el pueblo por delante», recuerda con dolor.

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