| Reportaje | El motor de la economía al cruzar el Atlántico |
Mujeres coraje al otro lado
En la región con más desigualdad del mundo, ellas son las que cuidan, educan y sostienen el desarrollo de Latinoamérica, supliendo las carencias de un Estado de Bienestar casi inexis
madrid
«La crisis aumentará la carga que ya llevan las mujeres en la región con más desigualdad social del mundo», acaba de advertir la nueva directora para América Latina y el Caribe del Fondo de Naciones Unidas para la Mujer (Unifem). Por eso, añadía Gladys Acosta, es urgente que las latinoamericanas actúen «en todos los espacios y por todas las vías» para fijar prioridades y evitar que se reviertan los avances femeninos. En realidad, ya están participando, y cada vez más. Y no les va a faltar coraje en su compromiso igualitario.
Así lo demuestra el libro
, editado por Santillana con apoyo de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Aeci), en el que las cámaras fotográficas de Teresa Aguilar Larrucea y Carlos Díez Polanco han resumido en imágenes la vida y el «trabajo invisible» de las iberoamericanas. Un esfuerzo cotidiano que es retratado literariamente por escritoras como Ángeles Mastretta, Claudia Piñeiro, Nélida Piñon o Laura Restrepo, y con el que «sostienen la cobertura de las necesidades básicas» y suplen «las carencias del Estado de Bienestar» casi inexistente, subraya la secretaria de Estado de Cooperación Internacional, Soraya Rodríguez.
Las mujeres son, como apunta Díez Polanco, el «motor de la economía familiar y de la educación de los niños» en Iberoamérica.
Salir adelante
Ellas son «las que cuidan», las que se ocupan de sus hijos, de su marido, del campo, de los animales. Son, en suma, el sostén de su familia y las auténticas agentes de desarrollo. Por eso merecen este homenaje fotográfico en el que, por una vez, la mejor parte se la llevan «las campesinas e indígenas, las que -”según remacha Aguilar Larrucea-” lo tienen más difícil».
Tan difícil como la nicaragüense de 25 años Gania Azuzena Gutiérrez Silva, abandonada por su padre a los cuatro años, trabajadora desde los 14, embarazada a los 15 «de un muchacho de mi barrio que me dio tres hijos» --la mayor ha cumplido nueve y no habla porque no tuvo dinero para curarla , y más tarde de «otra pareja que me dio mi hijo de 8 meses». Colmó su paciencia cuando «me prohibió trabajar y salir de casa, pero igual que el otro padre de mis hijos era infiel, zángano e irresponsable». Así que, cuenta, «lo saqué de la casa». Y aunque tuvo que escuchar su bravuconada machista de «vas a volver conmigo, ¿quién te va a hacer caso con cuatro hijos?», ya había decidido su propio camino: «Ahora trabajo, cuido de mis hijos y sí puedo salir adelante».
Como la chilena Elisabeth Subercaseaux, que no quiere «que me vean como a una víctima, o un fenómeno sociológico, o una cifra estadística de las Naciones Unidas», sino como lo que es, «una persona inteligente, capaz de ganarse el pan y defenderse de empresarios ladrones y militares asesinos».
Porque, según recalca la hondureña Helen Umaña, aunque «el tiempo no ha transcurrido» para millones de sus congéneres, lo cierto es que «la mujer siempre ha encontrado mil formas de resistencia», hasta ganarse a pulso su acceso a la ciencia, el arte y los poderes económico y político. «Sobre todo, ha habido coraje» -”remacha-”-, una indomable «determinación de salir adelante», aun a costa de pagar una costosa factura de «dolor, lágrimas, soledad» y hasta «la propia vida».
Pero esa «inmensa legión de mujeres anónimas que libran pequeñas, heroicas y decisivas batallas cotidianas» ha acabado por forjar «un rostro colectivo» y una «íntima certeza: saberse mujer, ser humano capaz de conquistar los sueños que ella misma se trace».