Diario de León
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León

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ENCONTRARON dieciséis lápidas funerarias del siglo III embutidas como relleno en estas murallas nuestras que, al poco de empezarse, olvidaron el pedrángano ensillado de quien las inició para levantarse enteramente en morrillo de río a paño seguido como si fuera un turrón bestial y lamido.

Las lápidas se utilizaron en la morterada de la fortificación porque no muy lejos de allí había sin duda algún cementerio antiguo que a nadie incomodó expoliar para reaprovechar materiales. Ocurrió siglos después de aquel enterramiento, en la Edad Media, seguro, cuando se reconstruyó el cerco para repoblar una ciudad abandonada casi un siglo, asolada por razias moras, quebrantados algunos tramos defensivos... y echaron mano de losas y lápidas que tan a mano estaban... incluso se ampliaron y agrandaron esas murallas con nuevas Cercas, no tan imponentes, baratejas, rehechas también con morrillo y tan cursimente, que parecen de exin-castillos. Y es que nos hemos pasado dieciocho siglos necesitanto murallas para defendernos de lo lejano y, aún más, de lo vecino... qué país, qué sino (las consecuencias son visibles: el cerebro de los hombres está amurallado y siempre a la defensiva... y, como decía el profesor Cuenca, «en las ciudades amuralladas, las bragas e las mujeres tienen almenas», cosa que el lector sagaz averiguará, constatará o desmentirá).

Las lápidas son de aquella ciudad romanizada (pero tributaria de Astorga, la city), ciudad llena de acupas tras ser vaciada de legionarios. La mezcolanza social y racial no ha de suponerse, era cierta, vaya revolutum. ¿Y cuanta soldadesca reclutada en las áfricas, galias y orientes no dejó de preñar a lugareñas o se estableció tras licenciarse?...

Cuentan que una de las lápidas está dedicada de hijo a padre, de nombre Atta, ospá, coñó, ¡Atta!, como el Mojamé que se llevó por delante una de las Torres Gemelas. Ese Atta era morazo, deduzco, y se confirma la sospecha que ya es certeza, eso que dicen del treinta por ciento de genes africanos que tiene el cazurrín de hoy... «ay madre, que me lo han roto; hija, no digas el qué»... aunque devastar un cementerio para rellenar muro no es solo cosa primitiva. Hace cincuenta años se hizo lo mismo aquí. Ven mañana a esta esquina y a esta hora y te lo cuento.

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