Cerrar

LITURGIA DOMINICAL | JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

Escuchar la Palabra

Publicado por
JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
León

Creado:

Actualizado:

En:

ESTE DOMINGO recitaremos en el salmo responsorial: «¡Ojalá escuchéis hoy mi voz!». Una invitación de parte del Señor, con un carácter imperativo. Una invitación difícil, porque en este nuestro mundo, si algo hay incluso en demasía, son palabras. Por eso hoy la palabra carece de autoridad. Por eso las palabras se truecan en armas arrojadizas, en autoritarismo, para imponerse por la fuerza. El recurso a la imagen, aunque sea de archivo, la apelación a estímulos desproporcionados para sorprender al oyente o telepaciente, los reclamos y señuelos de la publicidad, acosándonos día y noche y por todas partes, sin tregua... Una imagen vale más que mil palabras, se ha dicho muchas veces, sin pensar que una imagen sólo vale si es palabra. Cuánta amabilidad y bondad en muchas palabras, que no surgen del corazón sino de un intento calculado para que compremos tal o cual cosa, para que nos beneficiemos de «ofertas» maravillosas, sin más afán que cumplir objetivos y cuotas de mercado.

De ahí que el «espíritu inmundo» del que nos hablará el Evangelio, no sea tan irreal como pensamos. En la Biblia, lo «inmundo» es aquello que no es apto para la más mínima relación con Dios, es el símbolo de una radical incomunicación que existe entre el hombre y Dios. Es el símbolo de todo aquello que en el hombre, en cada uno de nosotros, está en radical oposición con Dios. Y cosas de esas las hay en nuestra vida. El Señor nos ha creado iguales, aunque seamos diferentes. Nos quiere a todos por igual, como un padre quiere a cada uno de sus hijos, a cada uno con sus virtudes y defectos, a cada uno de una forma especial, porque todos somos distintos, pero a todos por igual. ¿Eso lo tenemos en cuenta a la hora de pensar y de actuar? ¿Nos creemos realmente que, en la búsqueda de la felicidad y del bienestar personal, deben estar los demás? ¿De verdad pensamos que los demás son todos los que no son mi persona, y no sólo los que se llevan bien conmigo, los que me caen bien o los que me dan la razón? ¿Tenemos presente que cuando no somos mejores que aquellos a los que criticamos, entonces somos peores?

Leía estos días, lo que sigue: «Nos han inculcado por todas partes esos criterios comunes de la sociedad en que vivimos: que el que más puede, más vale; que el que más vale, más triunfa; que el que más triunfa, más tiene; que el que más tiene, más puede. Y este círculo infernal se repite como una rueda de fuego dentro y fuera de nosotros mismos. De este modo nos posee la ambición, el deseo de tener, la agresividad, el atropello del otro, la atención exclusiva a los propios problemas. Se masca un criterio fundamental: ¡Sálveme yo y sálvese quien pueda! Y otro paralelo: ¡Sálveme yo, aunque se hundan los demás! Esto es posesión, espíritu dañino -”no deja vivir-” y tortura para los demás -”impide vivir-” Estamos agarrados, penetrados, cogidos y atados muy bien».

Jesucristo triunfó definitivamente sobre el mal en la Resurrección, pero continúa su lucha en los cristianos en la medida en que se lo permitimos, en la medida en que no pactamos nosotros con el mal. En los Sacramentos celebramos su victoria, participamos de ella y nos enrolamos en su lucha: ofrecemos al Resucitado el espacio de nuestras vidas y de nuestra comunidad para que él se imponga al mal que anida y vive en nosotros.