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CORNADA DE LOBO | PEDRO GARCÍA TRAPIELLO

Elige a uno

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MAÑANA votan los gallegos y, según los expertos, saldrá una empanada... de hojaldre. Y votan también los vascos para que, según otros expertos, salgan panes como hostias, dicho en claro y en antiguo. A votar y a elegir.

Allá ellos.

En ambos casos tardarán en salir de sus perpetuos empates y parapetos, lo que seguramente es bueno en un entente democrático, aunque se echa de menos que alguna vez haya una mayoría holgada y tranquila. Tampoco es bueno que se obliguen -y acostumbren- al imperio del pacto, del reparto y de la triquiñuela, porque tanto tenderete lleva a tener por enemigo al adversario y brinda la riña fraterna o la cocina con tabiques (algunos son tan amantes de las fronteras -y entre vascos o gallegos se da demasiado este fenómeno-, que cuando trazan una entre hermanos, tardan cuatro o cinco generaciones en borrarla; ¿recuerdas cuando Arzallus y Garaicochea eran hermanísimos?).

En fin, allá ellos.

Pero todavía darán que hablar y harán ruido en el telediario unos treinta días cuaresmales hasta que se arrellanen en sus sillonas de a cien mil la pata en la Xunta y de a millón el rabo en Ajurianea.

Suelen caerme bien gallegos y vascos, aunque tochos y picudos los haya entre ellos y sobren por demasía. Entre otras razones, me caen bien porque la gente con mar delante tiene más mundo (sin ignorar que también en su interior profundo de aldea o caserío pervive a veces la caverna o el zulo).

Ahora bien, si te preguntaran a quién elegir entre un vasco y un gallego para tirarte un año costeando el Mediterráneo en un velero de sólo dos literas, ¿qué responderías?...

Observo que el lector veloz ha elegido ya, pero seguramente se habrá precipitado porque tenía al menos dos opciones; la diplomática: que se vengan los dos y yo dormiré en cubierta (al final es lo que siempre ocurre); y la prudente: entre un vasco y un gallego (o entre un madrileño y un catalán o un burgalés y un pucelano) se ha de elegir siempre... ¡al del medio!... y no se tome esto como un chiste fácil o burla cómoda con desdén, porque el del medio es uno mismo que ha de colocarse entre ellos por tratar de trenzar manos, pues no corren tiempos para andar a tortas, repartir la hijuela perreándola y levantar murallas chinas.