Diario de León

Diario de una aventura

En la Base Juan Carlos I

Nos costó llegar a la Base Antártica Española Juan Carlos I, pero el esfuerzo mereció la pena: disfrutamos de la hospitalidad de los nuestros, incluida una leonesa: Carmen

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León

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Hola amigos, en la anterior crónica estábamos inmersos de lleno en la travesía de la isla de Livinsgton, en la Antártida. Nuestro objetivo es alcanzar la Base Antártica Española Juan Carlos I, atravesando la isla desde uno de sus extremos.

Las dimensiones son mayores de lo esperado, y se alternan enormes platos glaciares que parecen no tener fin con multitud de collados y montañas brutales. Lo más atractivo no es alcanzar la mayor altitud, sino explorar un nuevo territorio, aunque sea parcialmente, pero es una manera de aportar tu pequeño grano de arena al conocimiento de un lugar tan inhóspito. Esa fue la idea que nos trajo hasta aquí, y ¡qué excelente idea!, es mucho más impactante de lo que esperábamos.

Para meternos en este lío de travesía es imprescindible documentarse al máximo porque es un territorio que no permite el mínimo error, y sin duda lo más importante es un mapa.

Nosotros teníamos ese mapa y una foto satélite aproximada, pero ¡se nos olvidó en el barco!, y sólo teníamos un pequeño mapa de navegación marítima sin apenas ningún tipo de información terrestre, por lo que tuvimos que improvisar todo y agudizar la experiencia acumulada a la largo de nuestra vida para encontrar una ruta que nos llevara hasta la base española en el otro extremo de esta gran isla helada. Sin duda este problema nos mantenía tensos a medida que avanzábamos, sobre todo cuando de repente el tiempo cambió, y lo que era una belleza de lugar se convirtió en una tormenta tan imprevista y radical que no veíamos nada: dos metros de visibilidad en un caos de grietas. Empezaban los problemas de verdad. Tuvimos que pararnos en este punto y construir un muro de dos metros de hielo a base de trozos de nieve compactada que cortábamos en forma de cuadrados para armar bien el muro de protección. Dentro instalamos las tiendas de campaña, y las sujetamos firmemente con los piolets, bastones, estacas de aluminio, etcétera. La noche fue toledana pero no hay que dejarse arrastrar, hay que serenarse, y buscar soluciones. De todas maneras no hay opción, el temporal es fortísimo para poder avanzar. Pero después de la tempestad viene la calma, o la medio calma. El día amaneció cubierto totalmente pero justo a nuestra altura las nubes nos dejaron ver hacia abajo, y sin pensarlo levantamos el campamento muy rápido y nos pusimos en marcha.

Sinceramente nos costó bastante localizar el punto exacto donde estaba la base pues desde la altura por la que transitamos nos hay visión panorámica de lo que tenemos debajo. Es imperativo acertar con el punto exacto del descenso, y eso no resultó fácil, pero más o menos acertamos, y ¡ya está!, vemos nuestra base y lo digo con orgullo. Es emotivo llegar caminando en mitad de la nada en un lugar tan brutal de belleza y saber que esos módulos de color rojo que tenemos a nuestros pies es ¡la Base Española Antártica Juan Carlos I!.

Nos acogen con una hospitalidad ejemplar, nos ofrecen de todo, nos ayudan, nos dan de cenar, nos ponen habitaciones a nuestro servicio. Una gozada... Fernando, el director, y todo el equipo humano y de científicos, nos cuidan como parte de esa familia. Todos nos sentimos muy a gusto en nuestra casa antártica: un pedacito de España. Fue una delicia comer de lo nuestro, hablar con nuestros paisanos en este paraíso donde enclavamos nuestra base en 1986.

Disfrutamos de todo esto con nuestros nuevos amigos, y me quedo con la boca abierta de las explicaciones de los científicos, especialmente de Carmen, ¡una leonesa! que está haciendo unos experimentos muy interesantes sobre glaciares y que nos dijeron que era una gran trabajadora registrando todos los días un montón de datos. En 13 días la base estará cerrada, y llegamos el día de la despedida. La experiencia ha sido inolvidable.

Ahora ya navegamos hacia la isla de Decepción para protegernos de la fortísima tormenta que en efecto está llegando. Sopla un viento y nieva con mucha fuerza inclinando la embarcación de un modo que asusta. Ahí fuera se ha desatado el infierno.

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