LITURGIA DOMINICAL | JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
Queremos ver a Jesús
ASÍ COMENTA san Agustín el fragmento evangélico que leeremos este domingo: «Debemos indagar más bien qué se entiende por servir a Cristo, a cuyo servicio se promete tan gran recompensa. Si por servir a Cristo entendemos preparar lo necesario para el cuerpo, o cocer y servir los alimentos que ha de comer, o darle la copa y escanciar la bebida, estas cosas las pudieron hacer quienes gozaron de su presencia corporal, como Marta y María, cuando Lázaro era uno de los comensales. Pero de este modo también el perverso Judas sirvió a Cristo, pues él era quien llevaba la bolsa y, aunque hurtase culpablemente de las cosas que en ella se metían, por su medio se preparaba lo necesario. Por lo tanto, en modo alguno diría el Señor de tales servidores: Donde estoy yo, allí estará también mi servidor Si alguno me sirve, mi Padre le honrará, pues vemos que Judas, servidor de tales cosas, más que honrado, fue reprobado. Debemos buscar en este mismo texto qué significa servir a Jesús, sin tener que recurrir a otros. Cuando dijo: Si alguno me sirve, sígame, indicó lo que quería decir: Si alguno no me sigue, ése no me sirve. Sirven, pues, a Cristo los que no buscan sus propios intereses, sino los de Jesucristo. Sígame, es decir, vaya por mis caminos y no por los suyos, según lo escrito en otro texto: Quien dice que permanece en Cristo debe caminar como él caminó. Si da pan al pobre, debe hacerlo por caridad, no por jactancia; no buscar en ello más que la buena obra, de modo que no sepa la mano izquierda lo que hace la derecha; esto es, que se aleje la codicia de la obra de caridad. El que sirve así, sirve a Cristo y se le dirá con justicia: Lo que hiciste a uno de mis pequeños, a mí me lo hiciste. Y no sólo quien hace obras de misericordia corporales, sino todo el que ejecuta cualquier obra buena por amor de Cristo -”sólo serán buenas porque el fin de la ley es Cristo para justicia de todo creyente-” es siervo de Cristo, hasta que llegue a la máxima obra de caridad que es dar la vida por los hermanos, es decir, darla por Cristo. También esto lo ha de decir Cristo refiriéndose a sus miembros: Cuando se lo hicisteis a ellos, a mí me lo hicisteis. Él mismo se dignó hacerse y llamarse servidor de esta obra, cuando dice: Como el Hijo del Hombre que no vino a ser servido, sino a servir y a entregar su vida por muchos. De donde se sigue que para servir a Cristo hay que hacer sus mismos servicios. Y a quien sirva a Cristo de este modo, el Padre le honrará con el extraordinario honor de estar con su Hijo y su felicidad será inagotable. Hermanos, no penséis que el Señor dijo: Donde yo estoy, allí estará también mi servidor, pensando sólo en los obispos y clérigos buenos. También vosotros podéis servir a Cristo viviendo bien, haciendo limosnas, enseñando su nombre y su doctrina, haciendo que todos los padres de familia sepan que, por este nombre, deben amar a su familia con afecto paternal. Ya muchos de los que se contaban entre nosotros prestaron a Cristo el máximo servicio de padecer por él; muchos que no eran obispos ni clérigos; jóvenes y doncellas, ancianos con otros de menor edad. Muchos casados y casadas, muchos padres y madres de familia, entregaron sus almas en servicio de Cristo por el martirio y con los honores del Padre recibieron coronas de gloria».
Sea hoy ésta nuestra plegaria. Como pediremos en el Salmo: «Crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme... Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso».