Diario de León

CORNADA DE LOBO | PEDRO GARCÍA TRAPIELLO

¿Pecado o pescado?

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CONFIESO haber comido ballena, carne prohibida. Lo hago ahora porque es tiempo de confesarse por cumplir en Pascua florida, aunque dicho el pecado, no creo tener dolor de contricción, ni propósito de enmienda, ni estoy dispuesto a cumplir penitencia alguna porque, si hubo delito, prescrito está. Ándele.

Fue hace bastante tiempo y éramos críos. En León, como en tantos lugares más, comíamos carne de ballena y si había vergüenza de hacerlo no era nunca de delincuente, sino de pobre. La ballena venía pintiparada, como el bacalao, al plato cuaresmal y al de todo el año, cosa de economías abolladas más que devoción por la abstinencia. Se vendía en pescaderías, no en carnicerías, y eran filetones finos, pero como sábanas que había que trocear. Después se maceraban en adobo perejilero para que no supieran a gaviota; y finalmente se rebozaban para colárselos al asquerosito como si fuera un suculento filete empanado.

Entonces, no hace tanto, las ballenas se cazaban en toda la costa cantábrica y las regatas de traineras recuerdan las carreras que se daban los pescadores por llegar antes a arponearlas y quedárselas porque era mucha mercadería la que salía de un ejemplar: grasa, carne, esperma, hueso industrial...

Confieso, pues, haber pecado y contribuído a la amenaza de extinción de las ballenas, pobrecitas, hoy prohibidas, vedada su pesca y recreciendo la especie, zampando cada ejemplar en un solo bocado miles y miles de vidas prometidas por la Providencia y masacrando cada día a millones de crías de pez o camarón sin que tanta vida abortada encuentre un obispo que la defienda, porque también son animalitos de Dios nacidos para vivir y colear, pero no en la andorga de un cetáceo.

La carne de ballena es de mamífero y tan carne carnaza como el morcillo o el chuletón, pero el tiquismiquis escolástico la consideró pescado y no quebrantaba la abstinencia, dándose con ello la razón a aquellos tripalaris frailones medievales que arrojaban los cerdos al reguero o al pilón pescándolos después, para que de este modo fuera «pescado» lo que comían y no pecado. Lo del comer y el ayunar siempre anduvo en trampas teológicas. Y el código Canónico lo inventó alguien más Jesuscristo que el del Evangelio.

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