Diario de León

CORNADA DE LOBO | PEDRO GARCÍA TRAPIELLO

Se van marchando

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TENÍA un cuerpo menudo, un resabio en el corazón, un chalet en Las Rozas y una alondra francesa en la garganta. Me contó en la entrevista que su escuela fue la cama y que en ella estuvo presa sus años de niña malita, horas infinitas, cautiverio de lecturas, aprendiendo por sí misma a descubrir mundos imaginarios, garabateando poemas para hacer hablar a una guitarra que a la fuerza aprendió a tocar... y que le fue muleta del alma para esas soledades que nunca parecen tan crueles como a los quince años.

Cantó ella. Y cómo.

Era la única intérprete a la que no le notaba ser española cuando cantaba en francés, la lengua de sus amores y sus primeras grabaciones. Un rapto parisino le acolchaba la voz en «L-™ automme». Tengo para mí que lograba conmover más que Jacques Brell cuando desgarraba su «Ne me quitte pas» torturando cada músculo de su cara. Era, y no lo fue, una actriz nata; Nicholas Ray la apoderó para meterla en una película que no se hizo y la mandó a Londres a aprender.

La conocí en León cantando «Amores» (se van marchando) o «Cuando me acaricias» (se funde el hielo) y ahora no recuerdo si fue en la Tropicana o en el Exágono, aquel discotecón que se plantó en Villadangos para impulsar a una maciza urbanización que nació a su espalda, discoteca que hoy es putiferio para recordarnos a todos que de aquellos lodos vienen estos polvos.

En una de sus actuaciones en León la llevó Manolín Henares a que probara la loncha menuda de pernil curado de chivo y una ensalada de escabeche en «Villa Evarista», aquel recordado tascorro con corral, bolera y cuadra que había en esas postrimerías donde El Ejido comenzaba a perder su casto nombre. Y después nos vimos en el sótano con pared morrillona de Bodegas Regias. Alargamos el tiempo, la risa y la franqueza, pero no las canciones por culpa de aquella extraña mixtura que nos preparaba Marquitos a base de tintorro y vermú de garrafa, combinación explosiva que causó algún estrago en la concurrencia, por no decir que a Mari Trini se le hizo cristales el tarro... sin dejar de reirse y tropezar en la pindia escalera que bajaba a la mazmorra. Aquí hay que volver, decía. Qué tía. Qué grande. Qué buena gente... Para que te sea leve la eternidad, y lo será, ahí brindaremos hoy a tu memoria.

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