A CADA DÍA SU AFÁN | JOSÉ-ROMÁN FLECHA ANDRÉS
Tres días santos
LA VIRGEN Egeria vivió en Jerusalén los días en que se celebra la Redención. Todo lo observó la peregrina. Y de todo dejó cuenta en sus notas, para memoria y enseñanza de los siglos venideros.
Solemos llamar «Triduo santo» a estos días que preceden a la celebración del domingo de la Pascua del Señor. Los días son santos por lo que nos recuerdan. Son santos por la memoria de Aquel al que proclamamos como el único Santo.
El Jueves Santo los misterios se arraciman y nos iluminan con su luz. Celebramos la cena última del Señor. Antes del banquete, el Señor se hace esclavo y lava los pies a sus discípulos para enseñarnos con su ejemplo a valorar la dignidad de los hermanos. El recuerdo de los israelitas, liberados de la opresión de los egipcios se convierte para los cristianos en recuerdo de Jesús. Al entregar el pan y el vino a sus discípulos anuncia y realiza la entrega de sí mismo por nuestra salvación. Y, finalmente cambia radicalmente la regla de oro de todas las éticas. Antes se decía: «Amad a los demás como queráis que ellos os amen». Pero Él ha dicho: «Amaos unos a otros como yo os he amado». El punto de referencia ya no es el interés de cada uno, sino el ejemplo que él nos ha dado con su entrega. Día de adoración y de gratitud. Un día para decir al mundo que el amor puede transformar nuestra sociedad.
El Viernes Santo viene anticipado por un beso que significó una traición en medio de la oscuridad del olivar. Getsemaní revela todas nuestras cobardías. Anuncia el abandono de los amigos de Jesús, las burlas de una noche interminable, la patraña de un proceso religioso contra el que afirma ser hijo de Dios y de un proceso político contra el que es acusado de perturbar la paz social. No coinciden los testimonios contra Él. Pero su suerte está echada de antemano. El camino de la cruz se repite cada siglo y cada día. Pero la muerte del Justo es un derroche de gracia y de perdón. Son muchos los que lo invitan a que baje de la cruz. Pero el carpintero ha quedado bien clavado en la madera. Sólo las manos compasivas de unos amigos al fin arriesgados le ofrece un «desenclavo» afectuoso y una sepultura apresurada. Y luego el silencio.
El Sábado Santo envuelve en el silencio el misterio del descenso del Señor a la morada sombría de la muerte. Las «sombras» son liberadas del abismo por el que es Señor de la historia. En la solemne vigilia pascual se dan cita los cuatro elementos. El fuego que da luz y calor a los que velan. El aire que transmite las palabras venerables de una historia salvadora. El agua en la que renacen los nuevos hijos de la verdad. Y la tierra que produjo el pan y el vino del banquete que da vida. El canto del aleluya anuncia el renacer de la esperanza y de un amor más fuerte que la muerte.
El domingo de Pascua es memoria de encuentros renovados y de promesas de vida mientras la muerte muere. Vivimos finalmente gracias al Señor de la vida.