A CADA DÍA SU AFÁN | JOSÉ-ROMÁN FLECHA ANDRÉS
Nunca tuvimos su edad
UN PADRE está discutiendo con su hijo adolescente que no quiere saber nada de los planteamientos que se le hacen. De pronto el padre se planta y le dice: «Mira, cuando yo tenía tu edad-¦» La frase nunca se terminó. El chico le soltó con un cierto desdén: «Tú nunca tuviste mi edad».
Evidentemente todos pasamos por las mismas etapas de la vida. Pero todo es muy diferente: las experiencias que configuran a la persona, las relaciones que hoy se entablan, el ritmo con el que se vive, los valores que más se estiman y las actitudes que se desprecian.
Si bien lo pensamos, tendremos que repetirnos una y otra vez: «Nosotros nunca tuvimos la edad de ellos». Así se titula un libro que compré hace años en los Estados Unidos. Había sido publicado en 1972 por James Di Giacomo y Edward Wakin, dos profesores de la Universidad de Fordham.
Los autores llevaban tiempo trabajando con jóvenes de las escuelas medias y superiores y tenían un buen bagaje para afrontar unos cuantos problemas típicos de la relación entre padres e hijos. La rebeldía de los adolescentes, los problemas de las drogas, el despertar de la sexualidad, las cuestiones relativas a la fe, la resistencia a ir a la iglesia. Esos eran los problemas que preocupaban a los padres ya al principio de los años setenta.
Aquellos problemas continúan ahí, más agravados si cabe. De hecho, muchas de las rebeldías de aquellos adolescentes han sido apoyadas por la opinión pública y por los medios de comunicación. Las actitudes de aquellos hijos adolescentes han sido adoptadas después por los mayores.
Es más, muchos adolescentes de hoy no cuentan en casa con una padre que trate, con más o menos éxito, de inculcarles unos determinados valores. No tienen quien les llame al orden. Aquellos jóvenes se negaban a ir a la iglesia, pero hoy también sus padres han dejado de practicar su fe. O mejor dicho, aquellos adolescentes de ayer son los padres no practicantes de hoy. ¿O tal vez son ya los abuelos? Los problemas de los adolescentes de los años setenta se han convertido en el germen y el espejo de los problemas de la familia actual.
«Nosotros nunca tuvimos la edad de ellos». El título del libro es significativo. Y puede ser rescatado para iniciar un examen de conciencia sobre nuestra generación. Hemos de repensar los valores en los que hemos puesto nuestra confianza. Y revisar el ejemplo que hemos dado a los niños y a los jóvenes. Sus ojos nos observan. Ya decía Pablo VI que el mundo de hoy necesita más testigos que maestros.
Pero no podemos perder la esperanza. La familia es un problema, pero es siempre una promesa de vida y de comunicación. Siempre es hora para tratar de imaginar un futuro mejor. La experiencia de una adolescencia rebelde no puede concluir en una madurez egoísta y desentendida. Los jóvenes de hoy necesitan atención y afecto. Tanto como los jóvenes de hace cuarenta años, por lo menos.