CORNADA DE LOBO | PEDRO GARCÍA TRAPIELLO
Pardal en Nuevayor
SOBRA la k que nadie pronuncia y hasta sobran pardales en Nuevayor. Hay muchos, pero son más chulos y descarados que los nuestros porque se sienten imperiales en esta vomitona de comida en la basura y en los muchos árboles que tienen que estirarse a la fuerza entre tanta altura. Veintiocho mil gigantes de tronco centenario tiene sólo Central Park y en todas las calles y patios de Brooklyn se levantan sobre las casas arbolones ahora brotando y estallando en flores como cerezos del Jerte. Me admira tanta cantidad; y tan salvajes; al pie hay tapetes de tulipanes; la primavera no es un espejismo en este insulto de cemento y alturas.
Los pardales del parque y de las calles te vienen a pedir su peaje a la mano y, si te descuidas, las ardillas se te cuelan en el bolso para birlarte las galletas. Esta ciudad les da patente de corso. La piratería del ambiente les contagia.
La pajarada americana es bien distinta y me alegró ver tantos pardales. Creo que sólo en León llamamos así al humilde pajarillo (gorrión es lo común y es machadiano). Pardal viene de pardo y «hacer el pardal» era algo que descomponía a mi padre si nos veía en este afán pardalero, porque hacer el pardal es hacer el canelo, descararse, no tener juicio y bordear el ridículo (otra cosa es ser pardillo, papel en el que todos caemos con alguna frecuencia).
Los pardales de Nuevayor están, lógicamente, gordezuelos y, si se esporpollan, son un pompón de pluma. Aquí les sobra para zampar todo el día. Y parece que muchísima gente está en el mismo trance. Aquí el número de gordos es infinito, pero gordos con cintura tonelera, gordos como fudres, gordísimos superlativos, botillos con tacones, gordas de espetera desbordada (una sola amamantaría medio poblado etíope). La gordura yanki es endémica y es paisaje, un problemón para la estrechez de los asientos del metro donde viajan hordas de pardales camino de su esclavitud diaria. Se nota más esa gordura en la población negra; es como si quisieran conjurar un pasado de flacura y esclavitudes vengándose del hambre-¦ y reventando. Hay negronas y polis que tardas media mañana en rodearles. Su sombra es un eclipse. En León les llamaríamos muy castizamente «panzapegos» o «culotordos». Esa gordura les cuesta un huevo a la sanidad. Pero no es pecado. Fumar, sí. Estas hipocresías no las entiendo.