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LITURGIA DOMINICAL | JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

Vid y sarmientos

Publicado por
JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
León

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EL evangelio de este próximo domingo es, a mi entender, uno de los más hermosos del evangelio de san Juan, tanto en su prosa como en su mensaje. Nos ayuda a reconocer nuestro propio ser cristiano, lo específico de nuestra condición; nos recuerda que ser cristiano no es una urdimbre afectiva que dependa de nuestra estado de ánimo. Nuestra vinculación con Cristo real y gratuita -no depende de nuestros méritos- se nos presenta con una imagen plástica y tomada del mundo tangible de la vida vegetal: «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos». O lo que es lo mismo, estamos enraizados en un origen -dado en el bautismo- que nos da fuerza y produce fruto, en virtud del cual podemos vivir una existencia útil y llena de sentido. A nosotros nos toca la tarea de no romper ese vínculo que nos vincula con el Resucitado y con la comunidad de creyentes que es la Iglesia.

El Padre quiere que su viña dé frutos, es decir, que viva en el cumplimiento de su proyecto. Para eso hace la poda, es decir, para eso están las persecuciones, las dificultades, la vida de pobreza, para impedir que la energía de la comunidad se malgaste en tantas cosas que nada tienen que ver con la vivencia del Evangelio. El primero en ser podado en la cruz fue Cristo, y en los primeros siglos las permanentes persecuciones constituyeron la mejor oportunidad para afianzar la fe y discernir quiénes querían dar frutos y quiénes sólo especulaban al amparo de la vid.

La experiencia de la historia de la Iglesia demuestra bien a las claras que cuando falló la poda, entonces creció el follaje estéril de las riquezas, de la vanidad mundana, de la superficialidad en el culto, y todo esto fue en más de una ocasión la triste oportunidad para que la vid se desgajara irremediablemente. Cuando en una comunidad existe espíritu de renuncia y de pobreza, de cercanía a los más pobres, entonces se enriquece la vida de fe, reviven las comunidades y florece un culto vivo. Pero cuando ponemos las ilusiones en recursos humanos y económicos, haciendas, influencias políticas..., y sólo una mínima parte del esfuerzo está realmente orientado al anuncio real del Reino y a la evangelización, uno se pregunta si no hará falta una poda, radical y extensa.

Jesús nos ha dejado un único mandato: que nos amemos; pero éste no es una ley regulable: es un programa de vida, un estilo a desarrollar, un talante a integrar y manifestar entre los hombres. El amor no es regulable: es, solamente, «vivible». El amor no se puede encuadrar ni en leyes, ni en ritos, ni en prácticas: el amor es un movimiento expansivo que se debe ir extendiendo día a día entre toda la humanidad. Pero para conseguir todo esto hace falta en el hombre la fidelidad, el no echarse atrás en las circunstancias.

Como este Jesús que pronuncia las palabras del Evangelio de hoy y que, por fidelidad, va a ser ajusticiado, por fidelidad va a ser arrancado violentamente de la vida. Así, la fidelidad, el amor y la profunda convicción de que el Padre nos ama hará desaparecer en nosotros todos los miedos que pudieran paralizarnos, que pudieran esterilizarnos en nuestra misión; y con la fidelidad, el amor y la convicción de que Dios nos ama, seremos los sarmientos unidos a la vid que demos, en abundancia, los frutos de amor y justicia que Dios espera de nosotros y que los humanos están necesitando día a día.