Diario de León
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León

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Bajo mi ventana, en el callejo amurallado que hay allí, se arrejuntan muchas tardes chavalerías de edad difícil que acaban de cambiar la voz o estrenar sujetador. Traen algarabía meona y muchas ganas de parecer lo que no son. Lucen y pavonean su estampita con titubeo adolescente. Se juntan para darle al verbo bobo, a la birra floja, a la broma lerda, al musiqueo pedero, al berrido gratuíto o a fumarse un peta.

Quedan aquí un rato largo para agrupar la pandilla inaugurando la tarde y, una o dos horas después, desaparecen engullidos quizá por el fragor del cercano Barrio Húmedo o por alguna sesión juvenil de discoteca molona y desbragada prometiéndose lo que sueña la sangre voraz de sus años. Al final, como siempre ocurrió, volverán a sus casas con orquitis o delirios.

Hablan de bobadinas, de amiguetes y, sobre todo, de ir, tener o comprar. Muchas veces, son corros de pijis, tolilis y mariguindis, pandis del centro que lo delatan con sus ropas firulís. ¡Pobres chicos (y chicas)!, están en esa torturante edad de afirmación y alarde con que se estrena la juventud. Se inflaman o se acomplejan por tonterías, dudan sobre la capacidad de conquista de su físico en obras y pretenden camuflarlo con trapito de escaparate y unas zapatillas deportivas de purpurina y marca, tontean entre risitas y siempre hay dos que se rebotan.

Las nenas bromean con los chorvos pero, al final, sólo intiman de verdad entre ellas (así fue siempre). Algunas están allí de maniobras o exploración, sacan móviles, urden mensajes, se hacen fotos, ponen posturitas, ajustan el escote, se estiran la minifalda que se les sube al cuello, tontean, imitan... (la Hilton ha hecho mucho daño).

La otra tarde llegaron tres pollitas peripuestas que se peripusieron sus cervecitas con propina de ron y decidieron finalmente periponerse del todo, pues una llevaba un bolsón de moda, capazo de firma en el que caben tres raquetas y hasta el tranvía de Paco Poco. Se apearon de manoletinas modosas y sacaron zapatos de taconazo de aguja que se pusieron dos de ellas, se retocaron maquillajes y estucos. Y como si fueran una terna de mariputis, iniciaron su paseíllo a la plaza prometiéndose faena y cortar algún rabo.

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