Diario de León
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Cada día su afán José-Román Flecha Andrés

El viernes, 19 de junio de este año 2009, se celebraba en la Iglesia la solemnidad del Corazón de Jesús. Con las vísperas de la fiesta, el Papa Benedicto XVI quiso iniciar un año santo sacerdotal, para conmemorar los 150 años de la muerte de San Juan María Vianney, el santo cura de Ars.

Su homilía, llena de resonancias bíblicas, fue una profunda y sentida catequesis sobre el amor misericordioso de Dios que se desborda sobre toda la humanidad. En el Corazón de Cristo -“decía el Papa- nos ha sido revelada la novedad revolucionaria del Evangelio: «el amor que nos salva y nos hace vivir ya en la eternidad de Dios».

Ahora bien, la ceremonia no podía desviarse de su objetivo principal, anunciado ya por la carta que el Papa había dirigido a todos los sacerdotes. En esta tarde del viernes quería recordar con el cura de Ars que «el sacerdocio es el amor del corazón de Jesús». Una frase que se encuentra en el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1589).

La basílica vaticana estaba llena de cardenales, obispos, sacerdotes, seminaristas y fieles de medio mundo. También estaba presente el Patriarca de Antioquia de los Sirios. A todos ellos Benedicto XVI les recordaba que «es Cristo mismo el que llama a los sacerdotes para partir el pan de su amor, para perdonar los pecados y para guiar al rebaño en su nombre». A ellos ha sido confiado el proyecto divino de «hacer de Cristo el corazón del mundo». Un proyecto que se va realizando en la historia a medida que Jesús se convierte en el corazón de los corazones humanos, empezando por los llamados a estar más cerca de él, como son los sacerdotes.

Esa es la finalidad de este año santo: la promoción de la santidad de los sacerdotes. Ese es el lado luminoso de la convocatoria.

El Papa no trata de disimular los rincones de sombra que hacen más necesaria la luz. Por eso se refieren a las dos grandes tareas confiadas a la misión sacerdotal: el anuncio de la fe y la purificación de las costumbres. En ambas pueden darse lamentables infidelidades. «Nada hace sufrir tanto a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, como los pecados de sus pastores, sobre todo de aquellos que se convierten en ladrones de las ovejas, o porque las desvían con sus doctrinas particulares o porque las atan con lazos de pecado y de muerte».

El año sacerdotal es una llamada a toda la Iglesia. «La Iglesia necesita sacerdotes santos, ministros que ayuden a los fieles a experimentar el amor misericordioso del Señor y sean testigos convencidos de él».

Para ello es necesario que los sacerdotes adquieran una buena formación pastoral, pero sobre todo, es necesario el aprendizaje de la ciencia del amor.

En la tarde del viernes, en la capilla del coro de la Basílica de San Pedro quedaba expuesta la reliquia del corazón del Santo Cura de Ars. Un corazón sacerdotal que habrá de evocar en este año el amor del corazón sacerdotal de Jesucristo.

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