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Publicado por
Pedro G. Trapiello
León

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El eco de tu muerte, Victoriano, fue trueno y llegó hasta departamentos de lengua española en Carolina o Kentucky donde vistieron el adiós con tus versos, créelo. Aquí los medios informativos se volcaron con páginas y páginas y te hicieron un grandioso sudario de papel en el que dejaron escrito su pesar y admiración casi todos, escritores, autoridades, periodistas, celebridades, profesores... Te ahorro la relación y el resumen de las cosas grandes y buenas que han dicho de tí (también te reirás cuando veas algunas firmas).

La prensa de Madrid recogió el luto con extensas reseñas y artículos sentidos echando mano para ello de una foto de agencia que te hizo no hace mucho Javi Casares en la Cámara y en la que apareces en jarras con una risa de mandíbula batiente (para quienes aseguran que eras de natural respondón y cabreado) y con un sombrero mío que te encasqueté al efecto. Me gusta esa foto y su reir grande y socarrón que está diciendo «pero qué risa me dais». También me gustan algunas fotos del reciente homenaje teatral, musical y biográfico que te organizó Barthe en el Juan del Enzina porque aquel día chisperaron tus ojos melancolía y gratitud se sentirte muy bien arropado, como en el adiós escrito que te dio Mestre perfumado de alameda de Villafranca donde le contagiasteis el buen verso Pereira y tú... y mojó los ojos en tu funeral (era tu nieto en buena parte).

A fecha de hoy, octava de tu muerte, te habrán relatado tus deudos el libro de firmas del velorio y el abultadísimo carpetón con todo lo publicado. Lo dicho de voz en teles, radios, corros o barras también fue grande y ya lo conoces ahora que no has de tirar de sonotone para alargar esa oreja que hoy alegrarás al saber que has llevado la contraria a ese principio universal que establece que «hagas lo que hagas, al final sólo te recordarán por una anécdota», porque de tí se han estado contando estos días el largo repertorio de anécdotas consabidas y otras cincuenta más que no estaban consignadas... y eso que ya no está con nosotros la memoria viva de Josemaría Suárez o Julio César en la que estaban grapadas cien peripecias tuyas celebradas con rúbrica de nostalgia, sorna y sonrisa leal.

Hasta mañana, Vik.