Diario de León

El paisanaje | antonio núñez

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antonio núñez
León

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Cuando los Tercios de Flandes ser español era sinónimo de matar moscas a cañonazos hasta el punto de que a los niños en Bruselas o Amsterdan no les dicen aun hoy sus mamás para asustarlos y que coman aquello de «que viene el coco», sino el Duque de Alba. Nuestros retatarabuelos debían ser temibles. Pero he aquí de vuelta de la historia a ZP, un héroe progresista que fue a Togo, en el África occidental para defender la abolición de la pena de muerte y casi le cuesta la vida. Si no pasa a la leyenda se deberá unicamente al minúsculo detalle de que el enemigo que por poco no lo abatió era una nube o ejército de mosquitos en el despegue del ya famoso Falcon oficial, un nombre demasiado pomposo para el avión según cierto amigo mío aficionado a la cetrería y que va por la vida de halcón peregrino entre palomas, tórtolas y chochinas después del último divorcio.

Ridículo por ridículo el de la embajada española en Togo, capital Lomé, carece de color con el que hizo sólo unos pocos días antes Obama, el negro de la Casa Blanca, cazando a mano una mosca mientras lo entrevistaban en la televisión. Debía de estar amaestrada o, por lo menos, no era la que se me posa a mí todos los veranos en la pantalla hasta bien pasado San Froilán, será cabrita. Pero el caso es que Barak resolvió el problema en un plis plas infundiendo confianza a la gente de su país, o sea los gringos, y algunos comentaristas incluso vieron en ello un serio y concienzudo aviso a Irán, mientras que Zapatero, que tanto quiere parecérsele, estuvo a punto de palmar el en vez del mosquito. Como alegoría de la política exterior y el respeto que inspiramos por ahí fuera no está mal.

Va ya para cien años, cuando España compartía con Francia el protectorado de Marruecos que Wenceslao Fernández-Flórez identificaba al mosquito como el principal enemigo africano, sólo superado por el Islam antes de que existiera la UPL. Ahora que los mahometanos ya están en la Alianza de Civilizaciones y Abel Pardo en el Ayuntamiento no cabe duda. Con aquellas charcas putrefactas en el Rif, escribía Wenceslao, «no hacemos más que perder tropas y jefes de estación contra el paludismo». El otro día estuvimos a punto de quedarnos sin presidente del Gobierno o, por lo menos, de baja laboral, porque nunca ha estado de alta.

Vaya desde aquí nuestra felicitación a los pilotos del Falcon zapateril por su oportuno aborto del despegue de última hora y del derrape que le salvó las cejas hacia quién sabe qué galaxias infinitas en lo que queda de legislatura. Lo primero lo pueden apuntar a la ministra Bibiana y lo segundo al plan renove de neumáticos de los dos mil euros. Sírvase también desde aquí un consejo gratis la ministra de Defensa, doña Chacón, para las misiones internacionales en el Líbano o Afganistán: de poco vale tener aviones con sistemas antimisiles y tanques a prueba de minas si luego nos joden los mosquitos.

Volviendo a la cuestión africana, tengo yo un amigo de Togo, nacido en Lomé y doctor en bioquímica por la Universidad de Marsella, de nombre Raoult Jhonson Tomas, que lleva diez años o más de concejal en el vecino ayuntamiento de Santovenia de la Valdoncina, pero no acaba de llegar a alcalde. Le dije el otro día que podría valer para asesor de Zapatero, total son ya más de mil y uno más no importa. Mide casi dos metros, tiene más estudios que Pepiño Blanco y, aunque no es del Barça, fue portero suplente del equipo de fúlbol del Marsella. «¿Y yo qué tengo que hacer en La Mocloa?», me preguntó. «Coño, pues está claro, parar los mosquitos», contesté yo. Pero como el es un científico dijo que no y que a su pais de adopción le saldría más barato un ZZ que ZP. Y tiene razón, aunque no seas nada diplomático. ¿Si Obama hizo lo que hizo con la mosca, cuanto le hubieran durado a Bush los mosquitos que humillaron al paisano Zapatero? Si servidor fuera joven pediría pista para despegar de España hacia ninguna parte.

El problema es que no hay ya ni torre de control.

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