Mande usted
Como quien dice anteayer, el tratamiento dado a los mayores de la familia era preceptivamente «de usted» y lo exigían abuelos, padres, tíos o cualquier otro que ostentara grado superior en edad, dignidad o gobierno. En la cultura rural y en las cenizas de una educación elemental se sigue dando. El tuteo ganó espacio no hace tanto; y el descararse va con él.
Ese «usted» dentro de la familia era una confirmación de autoridad natural y del respeto o acatamiento a quien purre por la hacienda. Los menores, los hijos, comen cuernos... agachan la voz y la mirada... y si contestan replicando es probable que les crucen la cara.
Si llamaba el abuelo a un crío, ¡Antonio!, y se le ocurría al guaje contestar con un displicente «¿qué?», se ganaba un mosquilón y un refresco de memoria: ¿qué es eso de qué?... se dice «mande», y a la voz de ya, sin soniquete, ¡no te jode el rapaz!...
La fórmula completa, sin embargo, era el «mande usted», rito antiguo de gente bien criada y de criados que acatan sin replicar la orden del amo... o del ama. Pero el «mande» perdió primero el «usted»... y el «usted» se perdió después él solito. Ya no se escucha ni en los confines de la urbanidad.
Entre gentes de edad y educadas con vara de fresno el «usted» sigue siendo normativo. Las generaciones últimas, sin embargo, no sólo tutean, sino que encabronan, se pinan, pueden contestar con una pedorreta o se abanican el sobaco si se les pide atención, recado o esfuerzo... y sabiéndose libres de coscorrón o guantazo nadando en la ley de la impunidad, fácil es que contesten con un «¡a que te denuncio por maltrato o por acoso, papá, cabrón!»...
En la casa paterna de mi madre, poblada de crianza y de gentes dedicadas a la enseñanza, la chavalería debía utilizar la fórmula completa y arcaica de tratamiento a los mayores contestando a cualquier llamada con un barroco «mande usted, mi señor padre»... o mi señora abuela, mi señor tío... Una cierta dignidad hidalga nunca se perdió en la casa pobre, pero honrada y culturalmente decente.
Hay quien lo añora, aunque no es menos verdad aquello que cantaba Patxi Andión: «Sí, sí señor, y qué le vamos a hacer, yo le he perdido el respeto y por eso le trato de usted».