Diario de León
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A la última | rafael torres

Tiene razón en una cosa, bien que sólo en una, Rita Barberá: todos los políticos reciben regalos. Aunque sólo aquellos, ciertamente, que están en condiciones, en situación, de agradecerlos. También los periodistas en condiciones y situación de agradecerlos los reciben, y el que regala lo hace con la intención de inclinarles a favor de sus intereses, no lo hace por amor ni por filantropía.

Los médicos, por su parte, reciben de las empresas farmacéuticas obsequios lujosos que, desde luego, gravitan sobre la mano de recetar. Así, la relación de los agraciados podría alargarse hasta abarcar las profesiones más diversas, si bien todas ellas ligadas por la singularidad de afectar seriamente las vidas de las personas, ya sea en su salud o en su derecho a la información independiente y veraz. Con esa práctica consuetudinaria del regalito, que va desde el viaje maravilloso que recibe el periodista a los bolsos de lujo que dicen acepta gustosa la propia alcaldesa de Valencia, se teje la ciénaga con cuyas miasmas se genera la corrupción.

Un país donde se necesita explicar que un político no debe aceptar ningún regalo, absolutamente ninguno, es un país mordido en sus raíces más profundas por la rata de la corrupción. Que se debata a estas alturas si el cohecho, sea propio o impropio, constituye un delito y una indecencia, remite a la misma clase de país donde al puro y al insobornable se le tilde de imbécil, de pobre diablo.

En ese país donde el hijo, el primo, el sobrino, el cuñado, el paisano o el correligionario juegan en condiciones de inmensa ventaja respecto al inteligente, al diestro y al apto sin padrinos, no sólo se sabe que los políticos, los médicos, los arquitectos o los periodistas reciben y aceptan regalos, y se los comen tan campantes si se trata de jamones de jabugo, o los lucen con gran esponjamiento y fru-fru si se trata de bolsos y trajes, sino que ha de soportar la escarnecedora burla de uno de ellos, la alcaldesa de Valencia y ex presidenta de la Federación Española de Municipios y Provincias en éste caso, que dice que eso, ese trinque no por menudo menos infame y putrefacto, es la cosa más natural del mundo.

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