Diario de León

Diario de una aventura

Donde el rey es el Zanskar

Nuestros aspirantes a montañeros resisten bien. Es muy impactante verlos enfrentados a tantas novedades e ir descubriendo quiénes son

Acampados bajo las moles del Karakorum.

Acampados bajo las moles del Karakorum.

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León

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Hola amigos, han pasado muchos días desde la última crónica, pero de verdad es complejo encontrar un rato libre para contaros esta aventura en el Himalaya. Somos muchos y nos suceden muchas cosas continuamente. Desde Randung Gonpa, el valle desde el cual arrancamos el trekking y desde el que os escribí la crónica anterior, hemos avanzado lentamente hacia el interior de esta cordillera del Karakorum.

Horas de conducción a 30 Km/h, arenilla y baches, de caminos difíciles y pasos de río que nos encogen el corazón porque no vemos la profundidad y si nos detiene todo se va al garete, nos conducen hasta Padum, la capital del valle de Zanskar; una aldea con una calle principal en la que se agolpan todos los comercios.

Es nuestra última oportunidad para llamar desde un peque ño locutorio/tienda de comestibles y el equipo forma una cola curiosa en su puerta. Avanzamos por la tarde hasta Zangla, una aldea pequ eña que apenas visitamos pues nuestro campamento se halla a las afueras. Es nuestra segunda noche en tiendas de campaña, y los aspirantes a montañeros resisten bien, a pesar de que para algunos es una novedad absoluta. Pero de ellos no os voy a desvelar casi nada en estas crónicas para que les conozcáis vosotros mismos en los episodios que veréis en Cuatro. Es muy impactante verlos enfrentados a tantas novedades, e ir descubriendo quiénes son y por qué están aquí, viviendo este viaje radical que sin duda va a suponer un antes y un después en sus vidas.

Desde Zangla arrancamos el camino encima de un caballo. Nos quedan muchos días de trekking y queremos variar esta jornada para evitar, en la medida de lo posible, la rutina de los días largos de andar que nos esperan. Los animales en estas tierras son bajitos, y aquí no usan monturas, por lo que nuestras posaderas tienen que encajarse en la dura barra de madera que usan para atar los bultos que transportan. Es una experiencia más bien penosa, así que en Pidmo cambiamos de idea y abandonamos las monturas. En este lugar hago un recado importante. Cuando hice la ruta del Chadar, el río helado de Zanskar, con mi cámara y amigo Emilio Valdés, hace un año y medio, pasamos por esta misma aldea y tras ser alojados por el maestro, éste nos pidió que si volvíamos alguna vez, le trajéramos de León unas gafas para ver de cerca. Es un hombre ilustrado, el maestro, y para él era un suplicio perder la capacidad de lectura.

Nos conmovió que pensara que íbamos a volver alguna vez a este remotísimo lugar. Y el paisano tenía razón, ¡volvimos! Al vernos se ha acordado perfectamente de nosotros, y cuando le hemos entregado las gafas, se emocionó un montón. Hemos tomado té en su casa y después nos ha enseñado la escuela. Es increíble tener amigos en lugares tan remotos. Al despedirnos, me pide que la próxima vez que pase por aquí le traiga un reloj... Tendríais que ver Pidmo. Es una aldea construida en un secarral con casas tibetanas en las que en el techo almacenan las ramas que en invierno serán el combustible para cocinar y calentar.

No hay más que un arroyo, y pequeñas parcelitas verdes arrancadas con mucho esfuerzo donde cultivan la cebada para los animales, en los lindes del pueblo. Carecen de todo lo que nosotros entendemos por confort, pero viven en un escenario tan impactante, rodeados por montañas de más de cinco mil metros, que en realidad son muy afortunados.

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