¿Tienes pueblo?
Dime que tienes pueblo. Es lo propio. De ahí se viene. En casa teníamos cuatro pueblos, unos en ribera paterna y otros en la materna, sin contar otros cuantos donde había parentela cercana, rastros lejanos o puerta abierta. A ellos se iba alguna vez y sobre todo en verano, porque son pueblos a tiro de cañón, a escasas leguas, y en ambos casos, pueblos riberanos de vega ancha y monte encima echándose a los ojos la cercana montaña de peña calva donde se fabrican los sueños y las heladas.
Los del Torío materno son Manzaneda y Ruiforco; y los paternos del Luna bajo, Santa María de Ordás y Villarrodrigo. Hacen una buena pareja de cuatro estos pueblos... se agüeldan y se me amecen en su estilo y vida apañada.
Tener pueblo significa (y antes aún más) tener dos cosas: raíces y despensa, o sea, cuna y corral... orígenes, tierrucas, familia, tribu, recuerdos... pero cuando se sale de ellos para ensayar otra vida o nuevos trabajos es para no volver jamás, salvo de visita o vacación y siempre de gorra. Es la maldición rural de León y del mundo entero. La cultura y la sociedad del campo van desapareciendo con celeridad aquí y en la China popular de Carod Rovira.
No es fácil vivir en un pueblo o volver a él. Mal lo pasa ahí quien se hizo o nació hecho al pulso de la ciudad con su agobio luminoso de ruidos y escaparates. Hay urbanitas que no pueden dormir en un pueblo porque el silencio total se les enrosca en la almohada y les parece el prólogo de algo terrible... o se sobresaltan si ulula un búho a lo lejos como advirtiendo que anda por allí Iker Jiménez. La idea que tienen del campo los hijos del asfalto no les llevará más allá de un chalet en las afueras, un acosado de esos, un apretuje de casas pegadas que no dejan de ser pisos puestos en horizontal, pero con dos alturas y sotano para andar todo el día subiendo escalerillas y con un jardinete a la entrada no más grande que un tablero de ajedrez.
Se mueren los pueblos y envejecen sus gentes, algunos agonizan. Sólo en verano se espurre el censo por regresar veraneantes o nietos del lugar fieles al ferragosto de peña o bodega. Gracias a eso, los pueblos postrados restauran una lejana esperanza de resurrección... y aplazan su muerte.