Diario de León

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Lágrimas de arena

Los 70 niños saharauis que acogieron las familias leonesas regresan al desierto tras dos meses de estancia

Los familiares se despiden de los niños saharauis antes de subir al autobús que les devolverá a sus

Los familiares se despiden de los niños saharauis antes de subir al autobús que les devolverá a sus

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Víctor burguete | león
León

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Mojda es un niño saharaui de 11 años, o al menos eso dicen sus papeles porque él no está seguro y nunca ha celebrado su cumpleaños. Quizás el año que viene vuelva a cumplir once para así poder participar en este programa de acogida para niños de siete a doce años que organiza la Asociación Saharaui para el Desarrollo en León con la colaboración de los ayuntamientos locales.

Su periplo de vuelta no ha hecho más que comenzar. Mojda junto a su amigo Andi -”este último ataviado con una camiseta del barca, una gorra y unas gafas obviamente muy grandes para él-” se dirigen a Valladolid para desde allí volar a Tinduf, en Argelia.

Al llegar se separarán quizás hasta el año que viene, quizás para siempre, ya que Mojda se subirá a un camión que le llevará de vuelta a Aosu, localidad donde viven sus padres y Andi volverá a Aaiún, capital del sahára occidental.

Ambos se despiden con cariño de su familia que no sólo les acogió sino que les educó y les enseñó cosas tan básicas como coger un tenedor.

María Jesús García forma parte de una de esas familias y relata como el año pasado una niña sacó los regalos en el ascensor «porque pensaba que habíamos llegado a casa». Para María Jesús, «los niños ya no son saharauis, son parte de mi familia».

Sin embargo, no todo es tan sencillo como parece. La mayoría de ellos no saben ni dormir en una cama, se caen de ella varias veces por la noche y ni siquiera se aclaran para utilizar apropiadamente el retrete. Al llegar sólo hablan hassania, su propia lengua, aunque pronto aprenden a defenderse en español.

Por todo ello, la paciencia y ser consciente de que se acoge a un niño de otra cultura, con otras costumbres y con otra (por no decir ninguna) educación se convierten en requisitos indispensables.

La aventura de este verano llega a su fin. Los niños saharauis volverán a dormir en el suelo, a ser los últimos en comer, a andar descalzos y a limpiarse las manos en su pelo, pero en su recuerdo quedará grabado el cariño de las familias y otros valores como que los niños sí que juegan con las niñas, y en igualdad de condiciones. Aquí, a través de ellos, el pueblo saharui renace del olvido.

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