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León

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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

En el evangelio de este domingo Jesús, con palabras del profeta Isaías, reprocha a sus oyentes su dureza de corazón: honran a Dios con los labios, pero su corazón está lejos de él. Un tema que no ha perdido actualidad. Tocamos el viejo tema de la coherencia o la incoherencia entre lo que decimos y lo que hacemos. Jesús no condena alabar a Dios con los labios o con la liturgia; les dice que echa de menos que eso se refleje en su vida. Tampoco nos dice qué cosa es mejor: no las excluye, sino que las incluye. Lo que decimos y hacemos los discípulos del Señor de todos los tiempos ha de ser algo armónico. Fe y vida no sólo no se separan, sino que van estrechamente unidas. La Palabra de Dios nos urge, por tanto, a ser cumplidores de la ley y de la voluntad de Dios. Pero con convicción y con amor. No según el estilo de los fariseos, que puede ser el nuestro, tanto si somos eclesiásticos como laicos, jóvenes o mayores. La ley de Dios no es algo exterior a nosotros, sino algo presente en nuestro interior, en nuestro corazón, que nos hace adoptar actitudes, dar respuestas ante el vivir de cada día. La moral cristiana no puede convertirse en un código de normas exteriores, porque entraña fundamentalmente en cada acto del creyente una respuesta personal, algo que en su corazón supone una responsabilidad interior a una llamada de Dios. Está respondiendo con unas actitudes morales cristianas, desde unas instancias interiores donde prevalece la fuerza del Espíritu. Solamente así puede haber una conexión entre Dios y la vida, esa cercanía de Dios que es vida para los creyentes, que no se concreta en unas estereotipias, en unos formulismos, sino en el hacer, en el actuar de cada día. La palabra de Dios no puede estar encadenada a unas determinadas circunstancias, sino que debe ser instancia constante y total que pone en acción toda la vida del creyente. Hemos de concienciarnos de que la vida, cada día ha de ser un reto y una oportunidad para ser consecuentes con esta ley del Señor inscrita en nuestros corazones para ir camino de una madurez cristiana y responsabilidad moral acorde con el Evangelio; sabiendo valorar y distinguir lo importante y necesario de lo accidental y opinable, lo nuclear de lo transitorio. ¡Cuántas veces hemos enfocado los mandamientos más como un código que el cristiano debía cumplir como autómata que como una expresión amorosa y responsable a la ley del Señor! La pureza y limpieza exterior es importante, pero mucho más es la del corazón y la conciencia. Conviene no olvidar nunca que hay tres elementos que no se pueden disociar de ninguna de las maneras en la vida cristiana, personal y comunitaria: la acogida de la Palabra de Dios; la celebración litúrgica, sobre todo de la Eucaristía dominical, y el compromiso caritativo y social. Así como sin Palabra y sin Liturgia no habría Iglesia, también hay que decir que una persona o comunidad cristiana que olvidara la caridad en sus múltiples facetas, dejaría de ser una persona o una comunidad cristiana.