Echadles veneno
Eso de Afganistán, como se viene demostrando, no hay dios que lo arregle. La fuerza multinacional encabrona más que resuelve. Obama pide más soldados al concejo de redentores. A sus órdenes, bwana. Parece que no habrá otro remedio si Occidente quiere contener aquella fábrica de cerebros explosivos y de coranes acorazados, aquella mara de turbantes con kalasnikov que también quiere redimirnos porque somos unos infieles morrocotudos y una degeneración despepitada y con patas... así que a no pocas cabezas sensatas (y a todas las insensatas) les parece necesaria esta curiosa guerra que no llaman guerra, pero que apareja muertos como una guerra y gastos como cien cuentas de Gran Capitán. La fuerza multinacional hace un verdadero agosto salarial en aquellos andurriales inexcrutables. Todos contentos, aunque con el culo apretado. Más madera.
Los talibán son el objetivo a batir para acabar con el cuartel perpetuo de Al Qaeda en aquellas Galias de bronca y pobreza donde la religión se les hace droga barata y terrible. No respetan ni el Ramadán. Y espera lo que venga. Si Unamuno afirmaba que «no hay cosa más peligrosa que un requeté recién comulgado», ¿cómo es de temible un talibán recién ayunado y royendo consignas celestiales? Seguirán sin aceptar las elecciones recientes y metiendo trilita en la cama del que colabore con la fuerza internacional. Esos abencerrajes cauterizan sus heridas con pólvora. Los talibán no se extinguirán. No se doblan. La vida les vale nada.
Pero hay una solución en aquel caos de etnias, fachas de mezquita, señorones del hostión que administran la miseria... y mercados que venden odio con pepino y apio: que bombardeen ciudades, campos y cordilleras con billetes pequeños de dólar, calderilla y algún que otro fajo. Los afganos estarán meses ocupados en rebuscar esta rebatina y ya no tocarán tanto los cojones. Utilícese de prueba lo que allí se gasta militarmente en sólo una semana. Esos billetes son la estampa sagrada de nuestro dios, nuestro sistema, el credo económico que les contaminará con nuestra codicia. Incluso se matarán entre ellos por apañar el maná del tío Sam. Seguro que a sus jefes les comememos la moral. Y adiós guerra.