Diario de León
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Cada día su afán José-Román Flecha Andrés

En la encíclica «La caridad en la verdad» de Benedicto XVI retorna de nuevo la cuestión del desarrollo, a la que ya Pablo VI había dedicado una larga atención en 1967. La palabra aparece ya en el n. 4, con una frase que puede parecer provocadora: «En el contexto social y cultural actual, en el que está difundida la tendencia a relativizar lo verdadero, vivir la caridad en la verdad lleva a comprender que la adhesión a los valores del cristianismo no es sólo un elemento útil, sino indispensable para la construcción de una buena sociedad y un verdadero desarrollo humano integral».

La clave para entender esta afirmación se encuentra en esas últimas palabras. ¿Pero qué es un verdadero desarrollo humano integral?

Para comenzar, el desarrollo no puede reducirse a la acumulación de tecnología. Podemos contar con grandes y poderosos instrumentos y, sin embargo, no avanzar en el conocimiento de nosotros mismos ni en el entendimiento con los demás. El movimiento ecologista nos ha ayudado a comprender que no basta perfeccionar la técnica, sino que es preciso apelar a la ética para mantener un crecimiento sostenible.

Por otra parte, el desarrollo tampoco puede ser egoísta. Es ya un tópico afirmar que no seremos libres mientras siga habiendo esclavos. De forma semejante se puede decir que no habrá desarrollo, mientras se permita o se provoque el subdesarrollo de los demás, sean individuos o pueblos enteros. Por eso la encíclica afirma que «la verdad originaria del amor de Dios, que se nos ha dado gratuitamente, es lo que abre nuestra vida al don y hace posible esperar en un desarrollo de todos el hombre y de todos los hombres» (CV 8).

Finalmente, el desarrollo tampoco puede ser parcial. El crecimiento parcial de un órgano genera una monstruosidad. La integridad del desarrollo ha de incluir el cuerpo y el espíritu, la horizontalidad y la verticalidad de las relaciones, el tener y el ser, el individuo y el grupo, la humanidad y el ambiente creado. Por eso repite la encíclica que el desarrollo no puede ser considerado antihumano.

Se equivocan los que piensan que la fe es enemiga del progreso. Según el Papa, «la idea de un mundo sin desarrollo expresa desconfianza en el hombre y en Dios» (CV 14). Dios no es un freno para el desarrollo humano. Pero tampoco se puede promover el desarrollo humano de espalda o en contra del proyecto divino sobre el hombre y sobre el mundo.

De ahí que el desarrollo humano integral haya de ser entendido como una vocación, es decir, como la respuesta humana y humanizadora al proyecto de Dios (CV 11.16). Ese proyecto puede ser descubierto por la razón, aunque el creyente sepa que la razón no es negada sino ayudada y purificada por la fe. Los valores y los ideales propios de la fe cristiana no son un obstáculo, sino un estímulo para un desarrollo integral, que se basa necesariamente en la caridad y en la verdad.

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