Diario de León
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A ras de cielo | saúl blanco

A todos nos suena el nombre de esta constelación, pero probablemente pocas personas han tenido la suerte de verla completamente desde entornos urbanos, ya que algunos de sus componentes son tan débiles que requieren cielos bastante oscuros para su apreciación. Está formada por siete estrellas que adoptan una forma de carro o cazo, similar al que dibuja también la cercana Osa Mayor. Su estrella más brillante es, probablemente, la más importante del cielo: la estrella Polar, que, por estar casi exactamente sobre el eje del mundo, es la única que aparenta no moverse a lo largo de la noche y constituye así una excelente referencia visual para hallar la dirección Norte. Precisamente por su cercanía al polo celeste, es una de las pocas constelaciones que se ven durante todo el año desde nuestras latitudes. Si la contemplamos durante un rato, su movimiento entorno a la Polar es evidente. Podemos imaginar que las dos estrellas que forman el extremo del «carro» (las llamadas «guardas» de la Osa Menor) son el extremo de la aguja horaria de un imaginario reloj celeste que funciona en sentido opuesto a los relojes normales y cuya esfera está dividida en 24 horas, en vez de 12. Construimos así una especie de reloj celeste que, con algo de práctica, nos indica la hora nocturna. De hecho, en un episodio del Quijote, Sancho calcula usando este truco astronómico el tiempo que queda hasta la aurora. Esta anécdota nos recuerda el nada despreciable conocimiento sobre el movimiento del cielo, basado en la intuición y en la experiencia, que tenían las gentes simples antaño, probablemente mayor que el de la mayoría de los mortales en la actualidad.

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