Empotrarse
Urge romper el férreo cerco de enchufismos, nepotismos, amiguismos, simonías laicas, cambalaches, tortillerías, cazueladas, cofrades tuertos y arrimados con escarapela que tienen sitiada la administración pública española colapsando especialmente el portón de entrada, haciéndose muralla imbatible y cegando accesos a los catecúmenos capaces y sin padrino. Urge depurar el asalto a la plaza en propiedad, a la patrimonialización privada del común... o tendremos que pasar directamente a canonizar con todos sus sacramentos a Alí Babá convirtiendo a sus cuarenta ladrones en los apóstoles del santo robo.
Es vicio político de siempre el empotrar en puestos vitalicios o cargos con chollo a la peña leal, al acreedor de viejos favores, al sobrino lerdo o la secretaria de primorosas manualidades. Todo el mundo sabe que no será fácil librarse de la repetida norma de « al amigo, el culo; al enemigo, por el culo; y al indiferente, la legislación vigente », pero en algún momento alguien o algo debería proponer (e imponer el pueblo soberano) un punto y aparte donde sólo impera el punto y seguido, el «yo tengo que meterla porque los otros también la metieron» (la mano, el pijo o la prima).
Si hay que crear una plaza municipal de abogado matrimonialista en tierra de rábanos rabaneros o un puesto de sexador de pollos zurdos en patria de pollas ciegas, pues se crea y se dota con sesenta mil euros al año. Si hay que empotrar a cuatro amigos como asesores urbanísticos entre leones reinantes de reinos milenarios, ¿será por dinero y mantos reales? Si hay que superar el fondo de reptiles creando uno de dinosaurios, ¿no es proteger nuestro patrimonio jurásico?...
Resulta admirable la impunidad e inercia con que se empotra a los amigos en los andamiajes públicos de este crítico estado de cosas, este crítico país en crisis, esta crisis criminal. No se encuentran respuestas ni alcanzo a distinguir esperanzas. Me largaré unos días al desierto morueco por ver si en la nada prometida nos dan las piedras una orientación. Dejo un tiempo, pues, al lector en su merecido alivio de estas turras mías, confiando en que recupere la sonrisa con otras bombillas de colores y homilías. Y hasta la vuelta.