Diario de León
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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

Quien no está con vosotros, está a favor vuestro», nos dice este domingo el Señor en el Evangelio. Es una de mis frases favoritas. Muchas veces los cristianos perdemos un valioso tiempo en asegurar la fidelidad, la confianza, el respeto, el afecto y tantas cosas de los demás; Jesús es más sencillo que todo eso y más operativo. Todo un ejemplo para el ejercicio de la autoridad, tanto dentro como fuera de la Iglesia, un estilo a seguir en una sociedad que quiera ser democrática y un valor a mantener si de verdad queremos conservar este mundo y colaborar eficazmente a construir uno mejor. Los cristianos, en vez de imaginarnos hostilidades y fabricar fantasmas, tenemos que contar y cooperar con todos los hombres de buena voluntad, que son muchos más de los que pensamos. Tenemos que aprender que las diferencias sirven para enriquecer y multiplicar la eficacia de la actividad humana, no para justificar la desigualdad, ni la discriminación, ni las hostilidades y las guerras.

En este mundo, dividido y confundido, los cristianos tenemos un mensaje y una tarea: trabajar por la unidad, luchar por erradicar todo cuanto divide y enfrenta a los hombres y a los pueblos. Nuestro puesto está, por eso, en contra de la desigualdad que divide y enfrenta a los pueblos ricos y pobres; en trabajar contra la injusticia, que explota y margina; en desenmascarar toda ideología que pretenda segregar a los hombres en clases, castas, ciudadanos de primera y segunda, buenos y malos. Para Jesús los nuestros son todos los que no están expresamente contra nosotros. Esto quiere decir que deberíamos alegrarnos cuando se trabaja desde otras instancias en favor del Reino de Dios, que es justicia y paz. Pero significa también que podemos y debemos sumar nuestros esfuerzos a los de todos los hombres de buena voluntad, aunque no compartan la misma fe o se expresen en lenguas o modos distintos. Nos define, precisamente, confesar a Dios Padre y seguir a Jesucristo, es decir, confesar que Dios es Padre de todos los hombres, no sólo de nosotros, que su Espíritu se encuentra en el corazón de todos aquellos que viven según el Evangelio: esto define a la Iglesia como una comunidad abierta, que confiesa la presencia de Dios allí donde haya pequeñas manifestaciones de Verdad y de Justicia, aunque «no sean de los nuestros», porque entonces «ya son de los nuestros». El amor al prójimo exige desearle el bien. Por el escándalo se le empuja al mal moral, que es el pecado; por lo que es preferible ser sepultado en el mar. El bien moral del prójimo vale más que la vida física propia. No se trata de sentencias condenatorias inapelables, pero son palabras que pintan a la perfección la terrible realidad de un hecho. Será siempre de una extrema gravedad poner en peligro y destruir la fe en el corazón de los hombres.

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