Diario de León
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A ras de cielo | saúl blanco

Observando los «mapamundis» que suelen aparecer en los libros de texto y enciclopedias, se constata que el método de representación cartográfica de nuestro mundo más generalizada es la ideada por el flamenco Gerardo Mercator en el siglo XVI, consistente en imaginar la Tierra embutida en un imaginario cilindro sobre el que proyectan las fronteras y los accidentes geográficos, como si hubiera una suerte de «luz» en el centro de la esfera. Al desenrollar este cilindro obtenemos un mapa donde la silueta de los países se conserva, es decir, es una copia a escala pero fiel a su forma real, mas el área de los territorios aparece inevitablemente deformada. En realidad, por cuestiones geométricas, es imposible reflejar fielmente ambos parámetros a la vez. Así, una de las características los mapas de Mercator es la exagerada proporción con la que representan las regiones norteñas: Alaska, Canadá, Escandinavia y Siberia aparecen mucho mayores, relativamente, que los que son en realidad. África es catorce veces mayor que Groenlandia, sin embargo parecen casi iguales en estos mapas. En este tipo de mapas se refuerza, consciente o inconscientemente, el peso político de los países del primer mundo, permitiendo que hayan sido criterios de índole ideológica los preponderantes a la hora de elaborar la cartografía de uso común en todo el mundo. No en vano, la proyección Mercator ha sido acusada de fomentar una visión colonialista del mundo. Debido a estos problemas, han ido surgiendo otros sistemas de proyección alternativos que, si bien son más complejos, pretenden reflejar de manera más fidedigna la realidad de la superficie terrestre.

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