Diario de León
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León

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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

En el pasaje evangélico de este domingo Santiago y Juan, seguros de su entrega por Jesús, de su seguimiento radical, le piden la paga correspondiente: ocupar los primeros puestos de ese Reino que Él anuncia. El Señor, con su respuesta un tanto enigmática, les sugiere que no han entendido nada de su Mensaje. Lo dice con sugerentes palabras ese gran cristiano, San Agustín, que también tuvo que cambiar su «chip» para entender a Cristo: «Los hijos del Zebedeo buscaban un lugar privilegiado.... Pero dado que descuidaban el por dónde (llegar a ese lugar), el Señor retrae su atención del adónde querían llegar, para que la detengan en el por dónde han de caminar. ¿Qué les responde a quienes buscaban lugar tan privilegiado? ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber? ¿Qué cáliz, sino el de la pasión, el de la humildad, bebiendo el cual y haciendo suya nuestra debilidad dice al Padre: Padre, si es posible pase de mí este cáliz ? Poniéndose en lugar de quienes rehusaban beber ese cáliz y buscaban el lugar privilegiado, descuidando el camino de la humildad, dijo: ¿Podéis beber el cáliz que he de beber yo? Buscáis a Cristo glorificado; volveos a él crucificado. Queréis reinar y ser glorificados junto al trono de Cristo; aprended antes a decir: ¡Lejos de mí el gloriarme, a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo! Ésta es la doctrina cristiana, el precepto y la recomendación de la humildad: no gloriarse a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo... Donde encuentra el impío motivo para insultar, allí ha de encontrar el piadoso su gloria. Sea idéntico lo que provoca el insulto del soberbio y la gloria del cristiano. No te avergüences de la cruz de Cristo; para eso recibiste su señal en la frente, la sede del pudor, por decirlo así. Piensa en tu frente para no temer la lengua ajena».

Jesús acepta para su vida el plan del Padre. Cuando ora, dice: «Hágase tu voluntad y no la mía». Por otra parte, el plan de Dios es que su Hijo dé la vida para la salvación del mundo. Y ése es el cáliz que le ofrece, el cáliz que Jesús ha de beber. Jesús no vino a este mundo para servirse de los demás o para poner el mundo a sus pies, sino para servir y para estar entre nosotros como quien ocupa el último lugar: «Porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos». Esto quiere decir que la vida de Jesús responde a las necesidades de los hombres, a los que sirve, y en las que recibe al dictado la voluntad de Dios. Podríamos decir, pues, que Jesús no tiene vida privada; es un Hombre-para-los-demás.

Nuestra adhesión a Jesucristo no es únicamente a sus palabras. Es a su persona. Es aceptar, por la fe, la salvación que él nos da. Nos unimos a él, por el bautismo, formando un solo cuerpo. Su vida divina, como la savia de la vid, circula en nosotros, los sarmientos. Esta vida se irá alimentando después con la eucaristía, la oración y los otros sacramentos. Configurados con Cristo, es lógico y normal que nuestra acción sea una imitación de su vida. De aquí saldrán unos modelos de comportamiento, que no brotarán de unos consejos o de unas palabras bien dichas. Tendrán como trasfondo la trayectoria del mismo Cristo, que vivía radicalmente la coherencia de que practicaba lo que enseñaba.

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