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León

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Cada día su afán José-Román Flecha Andrés

La ONU ha instituido un Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza, que se conmemora el 17 de octubre. El ideal es laudable, siempre que sea sincero e integral. No son pocos los que afirman que las organizaciones internacionales no pretenden eliminar la pobreza sino eliminar a los pobres. Y para demostrarlo, recuerdan las campañas de esterilización promovidas por grandes agencias entre los pueblos más deprimidos.

En el marco de la Iglesia católica, este día coincide en este año con la Jornada mundial de las misiones que se celebra el domingo 18 de octubre. Se suele pensar que los misioneros y misioneras acuden a los lugares más apartados de la tierra para luchar contra la pobreza y para prestar su atención y su ayuda a los pobres más alejados de los centros del poder. En muchas ocasiones, esa imagen es verdadera. Desde abrir escuelas y dispensarios hasta diseñar y construir carreteras, los misioneros hacen de todo por los más pobres de la tierra.

Y lo hacen con libertad y desinterés. En su mensaje para la Jornada mundial de las misiones de este año 2009, el Papa Benedicto XVI ha escrito que «la Iglesia no actúa para extender su poder o afirmar su dominio, sino para llevar a todos a Cristo, salvación del mundo». Por si no estuviera claro, el Papa continua diciendo: «Nosotros no pedimos sino el ponernos al servicio de la humanidad, especialmente de la que más sufre y es marginada».

Ese servicio va más allá de la prestación de ayudas humanitarias. Se resume en el anuncio y proclamación de la palabra de Dios, que es luz para todos los pueblos y para todos los hombres. El Evangelio es «fermento de libertad y de progreso, de fraternidad, de unidad y de paz», como decía el Concilio Vaticano II, con palabras que ahora evoca el Papa.

Esa tarea no es fácil. Los misioneros y las misioneras van dejando su vida cada día en el campo de la misión. Y como salario, muchos de ellos reciben la discriminación social, la cárcel, la tortura y hasta la muerte por causa del nombre del Señor.

Ese esfuerzo nos lleva a preguntarnos por el sentido de la misión. A este respecto, hay en el mensaje del Papa una idea especialmente luminosa: «La Iglesia tiene como misión contagiar de esperanza a todos los pueblos (-¦) Ella, germen de esperanza por vocación, debe continuar el servicio de Cristo al mundo».

¡Contagiar la esperanza! Esa es la misión del misionero. Y también de todos los que les apoyan con su oración y con su ayuda. El Papa nos invita a todos a «dar un signo creíble de comunión entre las Iglesias, con una ayuda económica, especialmente en la fase de crisis que está atravesando la humanidad, para que las iglesias locales jóvenes puedan iluminar a las gentes con el Evangelio de la caridad».

Ante el panorama de la pobreza la Iglesia nos llama a anunciar la Palabra de Dios a todos los pueblos. La fe enciende la esperanza, pero siempre apoyada en la caridad afectiva y efectiva.