Diario de León
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A la última | victoria lafora

Hay gente que, a la hora de casar a una hija, no repara en gastos, se hipoteca, se entrampa y echa la casa por la ventana para la ocasión. Pero también hay gente que no repara en tirar del dinero ajeno para lograr que sus «niñas» tengan, en día tan señalado, un escenario «real» para su enlace. Es el caso del estafador confeso Félix Millet. ¡Que pena que en su «oportuno arrepentimiento», cuando se descubrió el pastel del largo expolio al que había sometido al Palau de la Música, se le olvidara mencionar el detalle del cargo de 200.000 euros de los fastos, flores y fotos incluidas, de las bodas de sus hijas! En su desvelo de padre ejemplar, el probo ciudadano Millet (el alcalde de Barcelona Jordi Hereu, el president de la Generalitat, Montilla, y el entonces ministro de Cultura Cesar Antonio Molina le reconocieron con el rimbombante y ahora sarcástico título de «Ciudadano que nos honra»), no solo hizo cantar en la ceremonia al Coro de Cambra del Palau, sino que transformó el escenario y la platea en el más espectacular salón de bodas. Todo a coste cero para la familia.

El afán por los fastos en las citas litúrgico-sociales, sobre todo si las pagan otros, ha costado serios disgustos, también, a destacados dirigentes del Partido Popular, que «dejaron» que la trama Gurtel pagara los gastos de las primeras comuniones de sus vástagos vestidos de marineritos. Incluso la cita, en el sumario del caso Gürtel, del nombre de Alejandro Agag, dentro de las anotaciones contables de la caja B de las empresas de Francisco Correa, que fue uno de los veinticuatro testigos de su magno enlace con la hija de Aznar en El Escorial, hace que se oigan voces preguntando quién pagó los más de quinientos mil euros que costó el bodorrio. Volviendo al caso Millet, no se contentó con celebrarles una boda de cuento, sino que las colocó en el Palau para llevar las cuentas. Resulta difícil imaginar como justificó ante sus hijas las facturas del piso que tenía alquilado para sus encuentros con prostitutas y el gasto en preservativos que, obviamente, también pagó con dinero de la institución que presidía. Ya se sabe, quien quiera darse un homenaje familiar, darle un capricho a la niña de sus ojos, tiene que contar con su propio saldo. Esta muy feo hacer pagar al contribuyente el tronío y las campanillas.

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