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Cornada de lobo | pedro trapiello

Es un misterio

Publicado por
pedro trapiello
León

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Esas teteras o teterillas de acero que ponen en los bares cuando se pide té o infusiones son una catástrofe de invento, una birria que ya desquicia. Siempre se «arraman» pata abajo al servir su contenido en la taza, inundan el platillo y encharcan la mesa, sobresaltan al usuario en este punto que quiere resolver el susto volcando más decididamente la tetera que abre su bocana queriendo vomitar además con otro derrame la bolsita, el asa de acero comienza a quemar los dedos, tiene que soltar la presa que cae de golpe sobre todo el chapoteo y ahora salpica gotas hirvientes que buscan la ropa o las piernas para hacer su daño, el usuario se rebrinca y jura... Todas las teteras hacen esto. Y seguirán haciéndolo, pues lo paradójico e inexplicable es que, después de tantísimos años demostrándose su incomptencia en la materia, nadie las haya cambiado o inventado una que no haga charcos, una de chorrito limpio, sin pingar gota, arregladita, sencilla, operativa... nadie cree que no se pueda o sepa resolver esta cuestión en estos tiempos de alta tecnología para todo, así que habrá que deducir que hay alguien que no quiere que se cambien... o peor, quizá es que son de acero tan recio y batallador, que son eternas, no se mueren nunca... están hechas para sobrevivirnos... apuesto un brazo a que será así... las próximas generaciones se servirán en ellas sus infusiones raras, energéticas o flipantes... esas teteras meten miedo... tienen algo contra nosotros, seguro... nos insultan meándose en- cima de nuestra paciencia... lo hacen siempre, qué casualidad, siempre... ¿será lo suyo alguna venganza porque tienen el culo escaldado y no las jubilan nunca?...

Sócrates Valdueza ha llegado a sus conclusiones: esas teteras siguen entre nosotros porque son una parábola para recordarnos cómo son las cosas, la vida, los negocios y los presupuestos... porque de la cantidad inicial de infusión que ha pagado el consumidor, una parte de la derrama tiene que ir destinada al platillo (llámese cazo), otra a mojar la mesa que lleva su comisión y una última parte que quedará en el recipiente y que se la llevan los demonios del alegre despilfarro.

Y esto no está bien ahora que tendremos que tomar calderos de tila.

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