Diario de León

Cornada de lobo | pedro trapiello

Disfuncionando

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pedro trapiello
León

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Amás de la mitad de la población varona de esta comunidad no se le empina el garabito y se le queda en garabato. Lo dice un estudio; y añade, además, que superamos con mucho la media nacional. Se nos arría la bandera y hay que agachar la mirada. Problemón. Hágase de ello cuestión de gabinete, porque la gente que no jode en casa se dedica después a joder al resto en el trabajo, en la calle o en el cargo, así que por el bien público y la paz nacional interesa atajar tanta catástrofe cuanto antes. Póngase remedio, porque si sumamos a ese cincuenta y seis por ciento de morcillinas colgantes ese sesenta por ciento de trabajadores que sufren patologías psicológicas y otros males según averiguó nuestra universidad, tendremos a la mayoría de la población cabreada, irritable, malmetiendo y entristeciendo... una avalancha de amargura y pesimismo.

Hace falta un «PlanP». Si Zapatero dispensara viagra gratis en los ambulatorios, se consagraría y hasta los jubiletas del pepé le votarían aplaudiendo con las cachas... sería la puntilla en la devacle popular... ¡oído farmacia!... y que venga después Pelé dando remedio con cien garotas de cadera loca.

La cosa se llama en fino «disfunción eréctil», pero deprime y avergüenza lo mismo. Sin embargo, hay quien no se lo lleva tan mal... ¡y esposas que celebran la vacación!, pues su sexo sólo era rutina, empujón de albañil, brevedad y escozor.

Otros lo pasan fatal. Constatan que la único punto de gozo de su anatomía es el primer caído en la guerra de los años y que la muerte empieza a tocar su aldaba en la entrepierna. Unos pocos le echan optimismo al ciruelo difunto y cuentan al amigo su revelación, «tío, Dios es grande: nos quita las fuerzas conforme se nos quitan las ganas»... y creen que es mejor así, pues aquí somos muy papones meapilas y sabemos que «pijo tieso no cree en Dios».

Pero la inmensa mayoría, qué coños, se sulfura en sus adentros, se reconcome, se subleva contra el destino, le anida la obsesión en el tarro, se vuelven cascarrabias y verderones de baba amarga... algunos incluso maldicen, miran al cielo interrogando y exclaman fatalmente resignados la celebre frase: «¡cuánta puta y yo tan viejo!»...

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