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Cornada de lobo | pedro trapiello

Mejor sola

Publicado por
pedro trapiello
León

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En un pueblo ñarro que está en los altos entre Ponferrada y Villablino hay un cementerio con una sola sepultura fuera del recinto. Está vallada con una verja baja que guarda dentro una cruz de hierro. En ella, el nombre de una mujer y un año, 1927. En esa sepultura segregada de las demás y condenada a los umbrales duermen sin duda un drama, Caín y una novela.

Nunca pretendí indagar quién pudo ser esa mujer y por qué está allí, fuera, arrojada a la mirada de los vivos y lejos de la sombra de los muertos. La razón más probable es que aquella mujer se suicidara y que el párroco de entonces tuviera un código por sesera y aplicara sin piedad la implacable negación de enterramiento en suelo sagrado a los suicidas.

Preferí imaginar una historia posible, la de una mujer sola en el lado negro de la edad y del alma, muerto el marido o espantado, emigrados los dos hijos, preguntándose ella, esperando inútilmente carta o señal, derrumbada en su escaño ante una lumbre fatigada, meditabunda en sus pasos, desganada, casi autómata... viviendo porque morirse es más difícil de lo que se piensa, arrastrada por la vida, pero acostándose cada noche en un sin vivir.

Desalentada un día, se despachó.

Y quise imaginar a los hijos que escaparon tras el pan a Cuba o Argentina sin poder regresar a su tierra siquiera de visita porque la plata tardó veinte años en hacerles superar su condena a la calderilla. Entonces, uno de ellos, sin saberlo, volvió huérfano a la patria madre acudiendo a su pueblo en busca del último latido de su sangre y de su tierra tacaña. Y de esta forma encontró a su madre enterrada sin mucha misericordia y con una montonera de tierra encima poblada de hierbajos, abandonos y del odio de Dios decretado por un curón tridentino.

El hijo montaría en furias, clavaría venablos en algunas puertas y se iría a Villablino a encargar la mejor verja para una tumba, de forja entera, y una cruz de hierro... que sea la tumba más honrosa y cara del pueblo. Y quiero imaginar a ese hijo despidiéndose: Madre, perdónenos los silencios, perdón... y ahora, que la envidien... descanse en paz, madre... y mejor usted aquí sola... dentro, con esos, se aburriría y rabiaría... mejor sola, madre, mejor...

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