Diario de León

Cornada de lobo | pedro trapiello

Piedad aturdida

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pedro trapiello
León

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Cuando van a cazar un corzo o un jabalí los señoritos que prohibieron la matanza domiciliaria del cerdo si antes no se ha aturdido al animal, ¿qué hacen con esos animales?, ¿les aturden también antes de descerrajarles un tiro bestia?...

El mismo ministro que informó esa ley y hasta el monarca que la sancionó se quedan tan orondos y correctos tras disparar dos balazos a un venado provocándole una agonía lenta y cruel que puede alargarse varios días si se les esguila la pieza.

El mismo niño al que alejamos de ver la muerte breve del marrano porque la ley vela por su salud emocional y podría tararle el sacrificio del animal, ese mismo niño, con su dedito en un videojuego, mata mil veces al día y ve matar otras tres mil porque para eso le sobra y le inunda material violentísimo y peliculero que es legal, comercial... y pedagógico.

El mismo guardia que levanta una denuncia por matar un gocho sin aturdimiento lleva al cinto un pistolón y, si alguna vez ha de usarlo, tampoco aturde antes a la pieza perseguida.

Navegando por el mar de la Piedad Mema nos perdemos siempre en el archipiélago de la Hipocresía. La realidad biológica del planeta y la esencia misma de la vida obedece a un mandato incontestable: para vivir hay que matar, quitar la vida a otro ser vivo (y consideren los vegetarianos que las lechugas o garbanzos también son cosa viva y sufren o se abortan en la boca que los engulle).

El hombre es, con mucho, la especie que más mató desde sus orígenes y hoy lo hace en cantidades industriales mirando para otro lado, mandándolo hacer o pintándolo de rosa.

Sin embargo, si matar es mandato, hacerlo con saña o placer es aberración; y aquí es donde cabe una ley o la reprensión al vicioso o al sádico.

Cuando los indios machiguengas de la Amazonía peruana matan un marrano salvaje, su ley les pide pedir perdón a la madre Tierra por robarla, celebran la caza dando gracias y después la reparten en el poblado y con sus vecinos. No necesitan nuestras leyes aturdidas; seguirán cazando, pescando o asando monos, pero nunca montarán un matadero o ese súper donde nosotros vendemos el delito despiezado.

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