Diario de una aventura
Por fin el, reino del Mustang
Parece una broma, salimos de Charka Bhot con 18 yaks y ¡sólo quedan tres! Es la caravana de los hermanos Marx... Al menos ya vemos el Mustang
Continuamos nuestra penosa andadura por nieve profunda. Es de una belleza absoluta ver a los yaks ascender por laderas repletas de nieve y hielo, casi milagrosamente. Estamos ascendiendo una demoledora montaña de 5.600 metros, casi la altura del Kilimanjaro, y son los animales los que abren huella, los que cargan todas nuestras cosas, dependemos de ellos absolutamente para nuestra supervivencia. Los chicos yakeros, son los que menos trabajan, están helados de frío, beben todos los días, no tienen fuerzas y calzan sandalias. Les ofrecemos las botas de escalada pero no las quieren porque son muy rígidas...
Ésta es una vivencia única, me endurece, y me alivia de los problemas que uno acumula en la tantas veces absurda vida que llevamos en occidente. Ahora sólo me preocupa avanzar, dar el siguiente paso, y gritar una vez mas: «Chuuuuuuu yak, ah, ah, ah, tssssssssssuuuuu» que significa: «¡dale yak, sube bonito...!».
Estamos extenuados, pero justo detrás del último collado, las nieves y hielo dejan paso al otro lado al Reino del Mustang. Es absolutamente diferente, no hay nieve, descienden valles de color ocre; encima están las montañas nevadas y los altos collados, debajo las tierras del prospero Reino del Mustang. Hay una tormenta de nieve en el horizonte y el fantástico juego de luces del Himalaya hace su aparición: es la puesta del sol. Hemos llegado justo al campamento en mitad de la nada y en una terraza natural colgada en el vacío ponemos nuestras tiendas de campaña.
La tormenta lo pinta todo de color naranja, y las nubes dan la sensación que se están quemando. Es de los paisajes más hermosos que he visto en mi vida, es un premio a tanto esfuerzo para alcanzar las bajas tierras del Mustang. ¡Lo hemos conseguido!. Hemos salido del alto Dolpo a las puertas del invierno, aunque aun nos quedarán unas cuantas jornadas para llegar a una aldea donde hay una pista de tierra a 2.800 metros de altura donde cogeremos una avioneta que nos lleve a Katmandú.
Pero queda mucho para que llegue ese día, aún estamos muy lejos, recién entrados en el Reino del Mustang. Agotados, cenamos y a dormir, el día siguiente tendría que ser muy largo-¦
Amanece, y ¡sorpresa! ¡nos faltan diez yaks..! Los yakeros dicen que ya nunca los veremos, como si intuyeran su dramático destino han desaparecido en la noche, y ahora estamos tirados en este mágico lugar, sin poder movernos. Parece una broma pesada: salimos de Charka Bhot con 18 yaks, y ya sólo nos quedan tres. Hemos bautizado esta caravana, como la de los hermanos Marx-¦
Me alegro por los yaks, que han sabido esquivar la muerte, su destino final, que era servir de filetes en alguna cena, me alegro que sean libres y salvajes, y me alegro aun más de que el tipo que decidió que nos guiaran dos inexpertos chavales haya perdido sus yaks, y por lo tanto las 40.000 rupias que le iban a pagar por cabeza. Lo siento por los chavales, pero ellos son los únicos responsables, por su mala cabeza.
¡Hemos perdido los yaks¡, ja, ja, ja, ja, y no tenemos ni idea de cómo llegaremos a Jomsom, ni cuándo llegaremos a Katmandú, ja, ja, ja, y ya son 40 días de expedición, y con un futuro inmediato que da la risa.
Me miro la pinta que llevo y tengo más mierda que el palo un gallinero, me hago bolas de roña cuando rasco cualquier parte de mi piel, esto sí que es bueno, ja, ja, ja.