Diario de León

Cornada de lobo | pedro trapiello

El ómnibus

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pedro trapiello
León

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Ya no quedan omnibuses salvo en Galicia, en media América, en el Asia entera y en África desde el rabo al cabo. El ómnibus era la monda, todo un estilo. Es el bus para todo y para todos, gentes, ganados y bultos, unos dentro, otros sobre el techo... y el conductor, tratando de tú a la habitual parroquia y parando donde el cliente indica, aquí me vale, hasta mañana, condiós, paisano, adiós, colectivero.

En Cacabelos, hace algún tiempo, ví uno de estos autobuses para todo. Venía de Galicia, la mitad de atrás era compartimento para potros y jatas y delante iba el pasaje, la paisanada... de aldea en aldea, al mercado todos y, después, vuelta a casa con el fajo en la faltriquera o ronzando con el bicho. El conductor no sólo les trataba de tú, sino que ayudaba a acomodar a las bestias siempre tercas y atravesadas... y le invitaban a cazuela, ración o bota.

Supongo que muchos conductores de itinerarios rurales siguen hoy brindando familiaridad y buen trato, mientras las chones y los genaros les cuentan a dónde van, qué hijo les vendrá el día de la fiesta o qué resultados dieron los análisis que fueron a buscar.

De los autobuseros de la capital, sin embargo, no cuentan tanto esmero o comprensión y hay quien bufa furias contando su caso particular. Vino a contarme Sócrates Valdueza que su amigo Paco se cansó de protestar en despachos y reclamar en alturas sobre las deficiencias enervantes de la línea de buses entre Trobajo y la Universidad; que le cuenta las veces que vio su hija comprometido algún examen porque tardó una hora en aparecer un bus en la parada; o las ocasiones en que un conductor de vacío hizo que no veía al que esperaba para no hacer el último viaje y liquidar su turno; que son buses que van de grandones y, si te orillan y revientas una rueda en el bordillo, después se llaman andanas.

Otro amigo clama al cielo por los conductores que apean sin misericordia a gente mayor por no llevar la calderilla justa, qué alma, les dicen que no tienen cambio... y de patitas en la acera; lo corrobora Vicente, que tiene un bar al que muchas veces van abuelinas o jubiletas con esta cuita lastimosa a cambiar un billete porque les apearon y perdieron su bus, la cita o el recado. Como a ganao les miran.

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