Diario de León

El paisanaje | antonio núñez

Carcomidos

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antonio núñez
León

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Según la última encuesta del CIS, el español medio responde al perfil de un optimista para el que la clase política es el tercer problema del país después del paro y de la situación económica en general y antes del terrorismo y de la inseguridad ciudadana. Suele decirse que un optimista es sólo un pesimista mal informado, lo que confirma los sondeos del Cen tro de Investigaciones Sociológicas, famoso por sus «precocinados» con todos los gobiernos: los políticos no son el tercer problema de los cinco mayores de España, sino el epicentro que ha generado, como un terremoto, los otros cuatro. Y además una plaga.

O la marabunta que trabaja como hormiguinas para no trabajar y dejarlo todo arrasado. Párese usted a pensar y cavile sobre el concejal de su barrio, el alcalde, el procurador en Cortes, el diputado provincial, el nacional, el ministro, etcétera, y así hasta el presidente del Gobierno, que casualmente es de aquí. Observará entonces una serie de denominadores comunes que matemáticamente lo explican todo. El primero es que la política se ha convertido en una profesión para mediocres bien remunerados. Hágales la prueba del nueve y, si encuentra alguno que no cuadre, comuníquenos el nombre más que nada para avisarle de que se retire por su bien.

A mayores de salarios muy por encima de sus posibilidades -”y de las de nuestros impuestos-” están para complementarlos las grandes corrupciones de urbanismo y las pequeñas corruptelas, como colocar al mayor número posible de parientes en la Administración, incluida la cuñada a la que se tiene más odio. Administran alegremente nuestro dinero, no el suyo, y encima con ostentación de trajes, coches oficiales e inauguraciones, felices de salir en la foto todos los días. ¿Con tanta pose les queda algo de tiempo, aunque sólo sea para trabajar?

Mienten también con envidiable desparpajo y hay quien les cree y vota a piñón fijo. Son maleducados y no paran de insultarse. Por la mitad de lo que se llaman ellos en los mítines o en el Congreso el mocerío de mi pueblo se parte la cara en el bar (los de izquierdas) o en el casino (los de derechas). Y luego ni se hablan. En mi barra por lo menos procuramos arreglar el país cada mañana a eso de la hora de los vinos, pero la clase política, a mayores de no resolver nada, cuando no tiene problemas se los inventa: el Estatut catalán, el divorcio expres, el aborto de las cuarenta y dos semanas y media, los crucifijos en las escuelas, la dichosa memoria histórica... y así todo el rato.

Otra cuestión no menor es el llamado «aparato» de los partidos, donde suelen enquistarse las larvas más dañinas de la plaga. Ferraz o Génova son cuevas como la de Alí Babá, con la salvedad de que éste último era menos poderoso y su brava cuadrilla no pasaba de cuarenta ladrones. Los aparatos, en cambio, generan ingentes camadas de obediencia perruna, en algunos casos hasta faldera.

Nada que ver, en fin, con la cultura democrática anglosajona, donde un senador rinde cuentas a sus electores y no al baranda supremo del partido. Qué delicia. Como en Italia, pero con una década y pico de retraso, el problema de la clase política también se está haciendo crónico aquí: bastan dos generaciones -”en España vamos ya por la segunda-” y a la tercera viene Berlusconi. ¿Qué verían los italianos en los otros?

¿Soluciones? El otro día en la tasca la peña votó dos por unanimidad: primera, que ningún político repita más de dos mandatos, si lo hace bien que ascienda y en caso contrario a casa; y, segunda, listas abiertas para votar cada cual al que nos dé le gana.

El asunto es quién le pone el cascabel al gato. A ningún político que ande a cuatro patas por la vida le va a interesar, como es natural.

Pero, si alguno se atreve, sepa que cuenta con el voto unánime de mi peña, aunque fuera Zapatero al que sólo le quedan dos telediarios.

A éste, con más motivo.

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