ENTREVISTA
Miguel De la Quadra Salcedo: «El elixir de la eterna juventud es la curiosidad»
Pasó su infancia en Navarra y su complexión atlética le acercó pronto al deporte de élite. Fue nueve veces campeón de España de lanzamiento de disco, peso y martillo, y batió el récord mundial de jabalina utilizando una técnica vasca posteriormente anulada. Representó a España en los JJOO de Roma de 1960. Tras trabajar como etnobiólogo en el Amazonas, fue reportero de guerra y viajes en Televisión Española, para la que cubrió diversos conflictos bélicos en los años 60 y 70. Por encargo del rey Juan Carlos, en 1979 creó la Ruta Quetzal, hoy conocida como Ruta BBVA, para hermanar a jóvenes españoles, portugueses y americanos y fortalecer los lazos culturales a ambos lados del Atlántico. El agua que entró en sus pulmones al caer de un helicóptero le impide hacer la etapa americana de la Ruta BBVA, pero el aventurero sigue capitaneando un proye
En 1979, el rey Juan Carlos agarró del brazo a Miguel de la Quadra-Salcedo en una cena de gala y le dijo: «Debemos acercarnos a Iberoamérica, que es nuestra familia, invéntate algo». Poco después nacía la Ruta Quetzal, ahora conocida como Ruta BBVA, un proyecto cultural que en las últimas tres décadas ha permitido a 10.000 jóvenes de España, Portugal y el continente americano palpar la América que sueña en español y portugués y que no sale en las guías de viajes. Hoy, el instigador del «invento», declarado de interés universal por la Unesco, no abre sendas a machetazos por el Amazonas, pero se consuela pensando en las «10.000 semillas de fraternidad» que ha dejado a su paso. Ya no viaja como antes, pero el recuerdo de los caminos que ha trillado daría para rellenar 70 vidas de un ciudadano cualquiera.
-¿Tanto le envenenó la aventura que quiso contagiarle su pasión a los jóvenes?
-Para explicarle cómo surge la idea de la Ruta tengo que hablarle de mi viaje de novios. Al poco de casarnos, mi mujer y yo estuvimos en el lugar donde nació el Greco y allí encontramos una placa en recuerdo de la expedición de universitarios españoles que organizó la Institución Libre de Enseñanza en 1933. Entre otros, en aquel viaje fueron Julián Marías, Jaume Vicens Vives, Salvador Espriu, Guillermo Díaz-Plaja, Gregorio Marañón, Gonzalo Menéndez Pidal... La élite del pensamiento español de la época. Pensé que sería maravilloso hacer algo parecido, pero orientado a jóvenes de toda América, no solo de España.
-Parecen las palabras de un educador, no de un aventurero.
-La Ruta se inspira en un programa socrático que se resume rápido: descúbrete a ti mismo y luego proyéctate. Sócrates se lo dijo a sus discípulos, está escrito en la Anábasis de Jenofonte: si no te conoces a ti mismo, no podrás avanzar. Pero esto implica romper amarras con el seno familiar. Es lo que yo intenté hacer con los chicos. Del viaje vuelven huérfanos, pero enriquecidos por la experiencia de haber conocido otras civilizaciones y, sobre todo, de haber aprendido a respetarlas. Me siento como el flautista de Hamelin, llevando a los jóvenes tras mis pasos.
-¿Tiene claro por qué le dio por América?
-Quizá fue una llamada de la sangre. Para descubrir quién eres, has de hacer el viaje de ida y de vuelta, y yo sentí que hacía ese recorrido el día que pisé por primera vez aquella tierra, en 1956, cuando estuve en Puerto Rico becado tras batir el récord del mundo de lanzamiento de jabalina. Varios siglos atrás, antepasados míos habían estado allí con los primeros expedicionarios llegados de España. Digamos que yo ya había estado allí, que aquello fue como un rencuentro. Me lo confirmó después Neruda en su casa.
-¿Qué le dijo?
-Los españoles os lo llevasteis todo, pero también nos lo dejasteis todo. Y creo que tenía razón. Nos pasa igual a nosotros con los romanos. Sin embargo, si usted pregunta en la calle, comprobará que pocos españoles saben identificar alguna civilización precolombina. Me asombra esa ignorancia.
-¿Ahí nació el Miguel viajero, o lo suyo y la aventura viene de atrás?
-Yo creo que he sido nómada desde siempre. De niño, cuando me perdía en los montes de Navarra, ya sentía esa llamada. Me hice aventurero leyendo libros de Julio Verne y Emilio Salgari. Mi madre apagaba la luz y yo agarraba una linterna y seguía leyendo debajo de las sábanas. Me recuerdo desde siempre con un irrefrenable afán por descubrir, la curiosidad ha sido el motor de mi vida. También me marcó un libro que me regaló mi abuelo, Miguel Gayarre.
-¿Cuál?
-Una guía de viajes Baedeker de 1914. Aquella fue la primera vez que veía un montón de mapas reunidos en un mismo tomo. Se habla poco de la figura del abuelo, pero creo que es fundamental en la formación de las personas. Transmiten una sabiduría que solo conoce el que ha vivido. Ayudan a marcar el camino. Al menos, a mí me ocurrió así, y creo que también les pasa a mis nietos. Tengo seis y uno de ellos, Alvar, con 18 años, se acaba de comprar un billete de ida a Australia y se ha plantado allí con 50 euros en el bolsillo. Fíjese qué bien he sembrado.
-¿Le ha dado algún consejo?
-Los mejores consejos son los que no se dan, sino que se desprenden del estilo de vida que uno lleva. A veces sobran las palabras, no hace falta explicarlo todo, es más importante lo que contagias que lo que cuentas.
-Yo necesito que me cuente. Durante años fue reportero de guerra. ¿Cómo recuerda aquella experiencia?
-Aquel reporterismo era muy diferente al de ahora. Eran otros tiempos y otros medios. Tenías que convivir con la tentación de tomar partido por un bando, algo que no es recomendable, ni siquiera en el caso de las causas más justas. Por eso cambié el reporterismo por la aventura. Preferí a Orellana y Amundsen.
-¿Por qué lo dice?
-Mi experiencia me mostró que hasta los frentes de liberación popular más puros acaban corrompiéndose. Estuve con Isaías Afewerki cuando liberó Eritrea y todo parecía estupendo, pero ahora ese régimen es una dictadura. Bajo el fuego de los aviones guiados por pilotos cubanos pensé que no salía con vida.
-¿Fue su momento de mayor miedo?
-He conocido el miedo muchas veces, pero le aseguro que se aprende a llevarlo. Lo he sentido en la selva, de noche, en la oscuridad más absoluta. Un miedo atávico que te conecta con la noche de los tiempos, con los duendes y los brujos. Y en la guerra de Yom Kipur, en tiempos de Golda Meir, cuando los aviones lanzaban bombas de napalm sobre nuestras cabezas. Y en presencia de Halile Selassie, el último emperador de Etiopía, el ras de ras, el rey de reyes. Se decía que si lo tocabas, morías, pero yo lo hice y aquí sigo.
-¿Cómo lo logró?
-Me hice pasar por miembro de la Cruz Roja para conseguir su última entrevista antes de que lo asesinaran, cuando ya lo tenían preso. Para tocarle, me inventé que necesitaba ponerle un micrófono en la corbata, y así pude rozar su cuello. Estuvieron a punto de matarme por aquello.
-En esa época se viajaba sin gps.
-Con riesgo de perderte, que era lo bonito. Ahora se viaja seguro, pero eso no es viajar, es otra cosa. Yo me he perdido muchas veces, y esas ocasiones fueron las que más me enseñaron. Recuerdo especialmente una, en los Andes. Estuve a punto de no volver, pero ese fue uno de los viajes más interesantes de mi vida. Para encontrar el camino has de observar la naturaleza. Busca un río y síguelo, tarde o temprano te llevará a otro río más grande y encontrarás una salida.
-¿Le queda algún sitio donde no haya estado y le gustaría ir?
-(Cinco segundos en silencio) Creo que no, he estado en todos los lugares que quise conocer. Y le confesaré una cosa: después de tantos viajes y tantos sitios, me quedo con los otoños en los hayedos del pirineo navarro. En ese paisaje, me reconozco.
-Ahora ya no hace la etapa americana de la Ruta BBVA.
-No me dejan. Me caí de un helicóptero y me entró agua en un pulmón. Necesito bombonas de oxígeno de vez en cuando y en el avión no me permiten subirlas. Si no, claro que iría. Pero si inventan algo para llevar el oxígeno en el avión, no dude que volveré a ir. Yo sigo siendo nómada.
-¿Cómo se es nómada a los 82 años?
-No me siento identificado con esa cifra, se lo aseguro. Yo me sigo considerando un adolescente en pleno proceso de maduración, me queda mucho por aprender y descubrir.
-¿Cómo lo consigue?
-Encontré aquello que Ponce de León tanto buscó, el elixir de la eterna juventud. He descubierto que consiste en mantener la curiosidad y rodearte de gente joven. Si haces eso, nunca envejecerás. Ahora no me dejan realizar ciertos viajes, así que me siento en un sillón, reclino mi cabeza y nomadeo con la imaginación y la memoria. Hago expediciones soñando.
-¿Cómo ve el mundo de hoy? ¿Se siente reconocido?
-Tiene de interesante que se ha globalizado, pero eso solo es bueno si hay cultura y se respetan las civilizaciones de cada sitio. La globalización sin cultura es un desastre, porque aniquila. Echo de menos el mundo austero de antes. Ahora todos buscan la felicidad teniendo, y ahí no se encuentra. Vivimos empachados de bienestar, rodeados de aparatejos que no nos hacen la vida más feliz. Hay que tener menos y necesitar también menos.