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ENTREVISTA

Borja Cobeaga y Diego San José: "El fin de la comedia es provocar la risa, no hacer daño"

Los realizadores defienden la película de Netflix 'Fe de etarras' sobre un comando terrorista pese a las críticas recibidas

Diego San José y Borja Cobeaga, directores de Fe de etarras.

Publicado por
JUAN FERNÁNDEZ
León

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Contar en su filmografía con taquillazos de la talla de 'Ocho apellidos vascos' (2014), 'Ocho apellidos catalanes' (2015) y 'Pagafantas' (2009) debería ser aval más que suficiente para encarar una nueva comedia de aires costumbristas con confianza. Incluso si esta gira en torno a ETA, banda terrorista a la que lograron desarmar (desde el 2003, en Euskal Telebista) a través del humor en 'Vaya semanita'.

Pero al director y guionista Borja Cobeaga (San Sebastián, 1977) y al guionista Diego San José (Irún, 1978) les va el riesgo: 'Fe de etarras', su nueva película, no se ha estrenado en salas, sino en Netflix, que aún es un terreno inhóspito para el cine. Y el resquemor que siguen provocando las siglas de la banda terrorista en parte de la población ha hecho que antes del estreno se hablara más de los límites del humor que del argumento del filme, protagonizado por cuatro etarras de pacotilla, encerrados en un piso franco en los días en que España ganaba el Mundial de Sudáfrica. Con todo, ambos creen que triunfará la risa, aunque esta suene en los cuartos de estar y no en los patios de butacas.

¿Cuándo nació este proyecto?  Borja Cobeaga: En el 2004, mientras hacíamos 'Vaya semanita'. Al principio imaginamos la película como una sucesión de 'sketches'. Con el paso del tiempo fue evolucionando hasta el resultado final, pero la idea inicial era muy en plan 'Vaya semanita, la película'.

Diego San José: En esa trayectoria también ha influido la propia evolución política. Hoy no habría tenido sentido rodar el guion original, porque felizmente la situación ha cambiado y esto ha influido en cómo planteamos la película. La historia se sitúa en el año 2010, pero la contamos desde la perspectiva del 2017, sabiendo todo lo que ha ocurrido después, aunque los protagonistas lo desconocen. Viven en las postrimerías de ETA, son como los últimos de Filipinas, no saben si la cúpula ha sido detenida, ni qué va a pasar con ellos.

B.C.: Lo que no ha cambiado es el tono de la película. Desde el principio tuvimos claro que debía ser una comedia. Cuando lees la historia de ETA, descubres que está llena de situaciones disparatadas. Como las bromas que les gastaban a los autores del atentado de Carrero Blanco, a quienes en Madrid, entre carcajadas, les preguntaban: "¿Sois vascos? No seréis de la ETA, ¿verdad? Ja, ja, ja". O la historia de aquel comando que se gastó el dinero de las armas en comprar instrumentos musicales. Nuestro comando ha de afrontar situaciones esperpénticas, como tener que vivir encerrados en un piso sin que ninguno sepa cocinar. Y claro, son vascos, y eso de comer de latas todos los días lo llevan muy mal.

¿Por qué han pasado tantos años desde que pensaron la película? ¿Temían tocar un tema tan delicado?  B.C.: Simplemente se nos fueron colando otros proyectos. Entre atender el encargo de rodar una comedia romántica y hacer Fe de etarras, al final siempre acabábamos haciendo la romántica. Quizá hubo alguna autocensura por nuestra parte, porque lo cierto es que tampoco insistimos demasiado con nuestra idea, pero nunca fue consciente.

D.S.J.: Llegó un momento en que sentíamos que teníamos una especie de tapón creativo con esta película, necesitábamos hacerla ya.

¿Ha tenido que llegar Netflix para que podamos ver una comedia inspirada en ETA?  B.C.: Quizá sí, quizá ellos sí han sabido verlo. Cuando nos contaron que en Netflix estaban interesados en nuestra historia, nos pareció perfecto, porque intuimos que con ellos íbamos a tener la libertad creativa que necesitábamos para hacer una película tan especial como esta, como así ha sido. 

¿Saber que no iban a estrenarla en cines les ha cambiado la forma de trabajar?  B. C.: En parte, sí. Si piensas en la pantalla de un móvil, lo normal es que uses más planos cortos para que se vean mejor los personajes. Al final, hemos tratado de equilibrar entre los dos formatos, porque la película también viajará por festivales de cine. Por otro lado, es ingenuo ignorar que la mayoría de las películas que hoy se hacen pensando en el cine se acaban viendo en móviles, tabletas y teles. En cuanto al cuidado de los detalles, Netflix puede llegar a ser más exigente que el cine tradicional.

¿Qué opinan del debate tele versus sala de cine que plantea la irrupción de Netflix?  D.S.J.: El cine siempre ha sido muy temeroso. Al principio temía la llegada del sonido, luego del color, luego de la tele, luego de los vídeos… La forma de consumirlo va cambiando, pero el cine nunca muere. Yo he sido muy feliz descubriendo ciertas películas clásicas directamente en televisión, y no me ha pasado nada. Creo que todos los formatos pueden convivir. 

B.C.: A mí me gusta pensar en una sala repleta de gente el día del estreno, pero a veces es frustrante el impacto que tiene la recaudación del primer fin de semana en su supervivencia en la cartelera. En Netflix, en cambio, el filme podrá seguir a disposición del público mucho tiempo. 

D.S.J.: Ojalá Netflix tuviera un carcajómetro para saber cuánto se ríe la gente viéndola en casa; me encantaría conocer ese dato. Hay películas y películas. A Fe de etarras le va muy bien Netflix, pero hay otros filmes que piden ser estrenados en grandes salas. 

Su registro habitual es la comedia. ¿Cómo llevan que ese género reciba menos premios que el drama?  B.C.: Es una realidad. No entiendo cómo 'Kiki...', la película de Paco León, no tuvo más nominaciones y premios en los últimos Goya. Pero ya se sabe, aquí parece que ser intensito mola más. A menudo se nos olvida que lo opuesto a lo serio no es lo cómico, sino lo aburrido.

¿Qué opinan de la polémica que ha acompañado a su película desde antes del estreno por estar protagonizada por un comando etarra?  B.C.: Que se critique 'Fe de etarras' sin haberla visto no nos condiciona, porque es la descripción literal de prejuicio. Nosotros ya hemos pasado por esto. Vaya semanita tocaba estos mismos temas y sirvió de bálsamo para la sociedad vasca, ayudó a relajar tensiones. Gustaba tanto a la izquierda abertzale como a los constitucionalistas. Trabajamos sobre un terreno que conocemos bien y sabemos que no hemos hecho una película ofensiva. 

D.S.J.: Claro que el material es delicado, pero para eso está el sentido común. Se puede hacer comedia sobre temas muy graves sin frivolizar. Por nuestra parte, tenemos una conciencia moral muy clara sobre lo que hemos hecho. Era más complicado hacer chistes de ETA hace 13 años, y en aquella época jamás montamos un sketch que ofendiera a nadie. 

B.C.: Hoy la sociedad es más inquisidora, o tiene la piel más fina, o sencillamente es menos tolerante. En relación al conflicto etarra, la situación es ahora mejor que antes, pero parece que la gente se ofende con más facilidad o tiene mayor necesidad de rasgarse las vestiduras. No solo ocurre aquí; es un fenómeno global.

D.S.J.: Lo importante no es que alguien se sienta ofendido, sino que por parte de la película no hay ni la más mínima intención de ofender. Si nos ponemos así, no existiría el humor, porque siempre habrá alguien que se sienta ofendido ante cualquier chiste. El fin de la comedia es provocar la risa, no hacer daño.