Cerrar

EL SÉPTIMO ARTE Y MEDIO

Muere Manson, nace 'Mindhunter'

David Fincher explora por tercera vez el insano mundo de los asesinos en serie

Holt McCallany y Jonathan Groff, en el papel de agentes del FBI.

Publicado por
CARLES COLS
León

Creado:

Actualizado:

Murió Charles Manson el pasado 19 de noviembre. Un mes antes y el obituario habría coincidido con el estreno en Netflix de Mindhunter, un viaje en el tiempo, en 10 capítulos, al momento (finales de los años 70) y al lugar (Quantico, el hogar del FBI) en que fue acuñada por primera vez la expresión serial killer. A Manson se le adjetiva muy alegremente así en las biografías periodísticas que sobre él se han escrito, asesino en serie, pero es cuestionable que merezca ese título. No se acreditó en el juicio que fuera el autor material de ninguno de los crímenes por los que fue condenado. Era, sí, el inductor, como padre que era de la llamada familia Manson, sus lunáticos acólitos. Ante el tribunal y después ya en la cárcel hizo crecer el personaje que era o simulaba ser, a poco que se mire asépticamente, un histrión. Mindhunter, al menos la primera temporada, porque habrá una segunda, no va de eso. Va de algo mucho peor. De Ed Kemper, por ejemplo.

Esta es una serie de dirección coral, pero entre los nombres de los directores destaca sobremanera uno, David Fincher. Su soberbia mano está en cuatro de los episodios. Tiene su qué, porque esta es la tercera incursión de Fincher en esta insana materia, el crimen mucho más allá del sentido común.

Su primera aproximación fue en 1997, con Seven. A veces se subraya en los títulos de crédito de las películas aquello de que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Este sería un caso. Los asesinatos de Kevin Spacey, uno por cada pecado capital, sobrepasan lo racional en un mundo, el de los asesinos en serie, en que como descubriría 20 años más tarde Fincher, la realidad empequeñece cualquier ficción.

Volvió el director a ese sótano del crimen en el 2007, con Zodiac, basada, esta vez sí, en un caso real, en un asesino en serie jamás capturado, célebre por la relación epistolar que decidió mantener con la policía, a la que mandaba mensajes cifrados.

La trilogía la completa ahora Fincher con esta etapa final de su viaje de 20 años, que comenzó desde la mirada alejada que proporciona una trama sustentada por pilares de ficción a una exploración casi con lupa de la mente de cuatro asesinos en serie reales, Monte Rissell, que asesinó a cinco mujeres en 1976, Jerry Brudos, coleccionista de zapatos de sus víctimas, Richard Speck, que en una sola jornada mató a ocho enfermeras y, quien tal vez sea el tipo más inquietante de Mindhunter, Ed Kemper, en una interpretación milimétricamente mimética a cargo de Cameron Britton, la antítesis de Charles Manson en todos los aspectos, educado, con cara de bonachón, pero capaz de cometer atrocidades excesivas incluso para Manson. Aceptarán ustedes que la practicar la necrofilia con partes de sus víctimas entra dentro de esa categoría.

Ellos no son, sin embargo, los protagonistas de Mindhunter, sino dos de los agentes que fundaron la totalmente real Unidad de Ciencias de la Conducta del FBI, uno de ellos inspirado en el también real Robert Ressler, a quien da vida en la ficción un secundario de otro filme de culto de Fincher, El club de la lucha, Holt McCallany.

Ressler fue un pionero. Lo bueno (también lo malo, claro) de un asesino en serie es que siempre brinda una segunda oportunidad a la policía. Y una tercera. Y una cuarta… Si son listos (y Kemper, por ejemplo, con su 136 de cociente intelectual, lo era) no dejan a menudo evidencias o pistas que los incriminen. Ressler creía que no bastaba con buscar una huella, células epidérmicas en las uñas de las víctimas o la matrícula de un coche en un banco de datos. Había que realizar un retrato psicológico para acotar el campo de trabajo y, he aquí lo audaz, fue a buscar información de primera mano entre los asesinos en serie encarcelados en los años 70.

Mindhunter, pues, es un pausado pero estremecedor relato del mal y, también, de cómo su contemplación, como si fuera la cara b del síndrome de Stendhal, perturba. Merece tener en cuenta, por ello, la interpretación que Jonathan Groff (exGlee) realiza del otro agente real que participó en aquel trabajo de campo, John E. Douglas. Entrevistar a más de 16 asesinos en serie a lo largo de varios años (desde el grotesco Manson a Ted Bundy, aparentemente el yerno que toda madre querría para su hija) seguro que encanece el alma.