EL LEGADO DE UN GENIO
Chicho: entretener sin ensuciar
De 'Historias de la frivolidad' a 'El Semáforo', pasando por el mítico 'Un dos, tres..', Ibáñez Serrador demostró que se puede hacer una televisión divertida sin caer en la zafiedad
Sé cómo hacer un show de gran audiencia, pero me avergonzaría. En esta contundente frase, que Chicho Ibáñez Serrador pronunció en una entrevista concedida a EL PERIÓDICO en 1997, se resume toda la ética y conciencia profesional de uno de los más importantes creadores de programas de entretenimiento, un genio que, siete años despues, también reconocía con tristeza a este diaro que en la tele proliferan las ordinarieces y que nos está malformando.
Pero Chicho se ha mantenido fiel a su idea de entretener sin caer en la ordinariez. Y así fue su primer gran éxito: el, por entonces, revolucionario telefilme 'Historias de la frivolidad' (1968), divertido e ingenioso gol a la censura franquista que ganó la Ninfa de Oro en el Festival de Montecarlo. Por cierto, tras Chicho quedó 'El diablo sobre ruedas', trabajo firmado por un joven que prometía: Steven Spielberg.
Tras este triunfo, estrenó en TVE el gran referente del entrenimiento televisivo en España, y uno de los programas más importantes de nuestra historia audiovisual: 'Un, dos, tres..., responda otra vez' (1972). Un fantástico 'show' que fascinó en una España gris que nunca había visto un espectáculo tan brillante, entretenido, divertido y tan bien hecho.
Con la historia de 'Un, dos, tres...', que en diferentes etapas (más o menos brillantes) se mantuvo en antena hasta el 2004, se podría hacer un PERIÓDICO completo, con sus cicutas, secretarias, botildes... Pero vale la pena destacar una solo ejemplo del carácter inquieto de Chicho en busca de la innovación. Tras la etapa de Kiko Ledgard y sus relojes, se empeñó en que el programa debía presentarlo una mujer (Mayra Gómez Kemp, un acierto); y también quiso que las secretarias de gafas grandes y faldas cortas fuesen algo más que floreros. Y así, empezaron (ya sin gafas) a cantar, a bailar y a sufrir la disciplina de Giorgo Aresu en ensayos interminables de musicales de Broadway que elevaron aún más la categoría del 'show'.
Su concepto del entretenimiento bueno, bonito y blanco se mantuvo con sus siguientes inventos, como 'Waku, waku', pese al indudable riesgo de caer en la zafiedad con formatos tan al límite como 'El semáforo'. Pero donde más demostró su categoría para arriesgar sin perder el norte fue con otro revolucionario espacio, 'Hablemos de sexo' (1990), el primer programa de este tema que encumbró a la sexóloga Elena Ochoa.
Se ha ido sin avergonzarse de nada.