Diario de León

Tulina, la galga que vuela sobre ruedas

Es, quizá, la galga más famosa de León. Tiene cientos de seguidores en las redes sociales, donde cuenta, en primera ‘persona’, su vida. Corre más rápido que el viento en su silla de ruedas. Esta es la historia de Tulina, la perra desahuciada que tuvo una segunda oportunidad

Tulina y Lorena Alonso este miércoles, durante un paseo.

Tulina y Lorena Alonso este miércoles, durante un paseo.María Fuentes

León

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Tenía el destino escrito. En una cuneta. En donde la dejaron, atropellada, con la columna rota. La dejaron. Porque a su lado había un saco de pienso y un cuenco con agua. Y hasta ahí habría llegado su historia, hasta que se acabara la comida y lo poco que tenía para beber o hasta que su lesión la hubiera consumido al borde de una carretera provincial. Pero una llamada alertó a la Guardia Civil y una patrulla de Seprona se convirtió en su primer ángel de la guarda.

Porque Tula, Tulina, ha tenido varios. La protectora que la acogió y la llevó a un veterinario de urgencia y luego Lorena Alonso García, que gestiona desde hace ocho años la protectora Galgos de León, desde donde ha encontrado familia a 800 galgos. Ni lo dudó. Con todo el calor de un domingo de verano, el de hace dos años, cogió su furgo y fue a por ella. Y así fue como una galga desahuciada, para la que ya estaba prescrita una eutanasia terapéutica, tuvo su segunda oportunidad.

Lorena Alonso no sabía bien a qué se enfrentaba cuando fue a recogerla. Sabía que jamás podría andar, que sería ‘perruedines’, y eso en el caso de que lograran recuperar la movilidad en sus patas delanteras. Su objetivo final era evitarle sufrimiento, pero algo sucedió en aquella mirada que se intercambiaron, algo le transmitió esta galga a la que habían puesto el nombre de Sol, pues en medio de la solana estaba cuando la encontraron tirada en la cuneta aquel 31 de agosto de uno de los veranos más asfixiantes que se recuerda, algo le contó a su manera un animal herido. «Tal vez que quería luchar, que quería vivir», cuenta Lorena.

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 María Fuentes

El viaje en coche hasta su casa primero y luego al Hospital Veterinario de León fue un tiempo de duda y, también, de reflexión. «Sentía que quizá debería darle una oportunidad», recuerda Lorena.

Lo mismo debieron sentir los veterinarios que la atendieron porque abrieron un espacio de espera, una ventana de esperanza antes de ponerle la inyección, unos días de prueba que fueron decisivos. «No nos equivocamos», dice su dueña.

Lorena iba a ser en principio sólo su casa de acogida. «Bueno, eso pensaba yo, aunque en mi casa ya sabían lo que iba a suceder, que Tula iba a quedarse para siempre», ríe. Y ahí sigue.

Tula hace honor a la leyenda de los galgos, los ‘hijos del viento’. Vuela con su silla de ruedas, ajena a su discapacidad. Otea a toda marcha a los aguiluchos que sobrevuelan la finca en la que vive y persigue sin fin a los gatos de sus vecinos, los ‘gatuchos’ de su calle, Arthur —que es en realidad una gata y la jefa de la ‘banda gatucha’—, Félix, Tomás y Lola. Es su gran diversión, correrlos hasta que encuentran una tapia donde subirse y ponerse a salvo.

Esos ‘gatuchos’ son parte esencial de esa película de su vida que narra en primera ‘persona’ cada día en las redes sociales —@tulina.galgosdeleon y Lorena Alonso García en Facebook—, donde tiene cientos de seguidores. Un trabajo a mayores para Lorena Alonso pero del que ya no puede prescindir.

«Algo tiene Tulina, algo especial que cautiva», explica. «Desde la primera fotografía que subí a Instagram no han parado de pedirme que cuente sus aventuras. Tiene ya una legión de ‘tulifans’».

Desde que llegó a la casa de Lorena, se acabó la poca paz que había. Tula comparte casa con ‘sus’ humanos pero también con siete galgos —Tito, Zoe, Teo, Tina, Flor, Gus y Pistacho—, el mastín Urko, la chihuahua Irma y Briana, una mestiza de sabueso. Todos adoptados.

El caso de Tula, como el de tantos otros animales, abre un debate sobre la eutanasia. Menos complejo que en el caso humano pero no exento de aristas morales.

La Ley de Bienestar Animal es tajante. El artículo 27, en su segundo párrafo, establece que «se prohíbe expresamente el sacrificio en los centros de protección animal, clínicas veterinarias y núcleos zoológicos por cuestiones económicas, de sobrepoblación, carencia de plazas, imposibilidad de hallar adoptante en un plazo determinado, abandono del responsable legal, vejez, enfermedad o lesión con posibilidad de tratamiento, ya sea paliativo o curativo, por problemas de comportamiento que puedan ser reconducidos, así como por cualquier otra causa asimilable a las anteriores». Sólo hay una excepción: que el animal sufra o que su padecimiento sea incurable. No contempla ninguna otra posibilidad.

La ley está llena de lagunas y la mayor parte carece aún hoy de reglamento que desarrolle todos los aspectos que abarca. «Una chapuza», describe Luciano Díez Diez, presidente del Consejo de Veterinarios de Castilla y León y presidente del Colegio de Veterinarios de León.

«Se hizo deprisa y corriendo, sin contar con nadie, al término ya de la legislatura, tenían prisa por sacarla», concluye.

«No se sacrifica ningún animal que no tenga una enfermedad incurable, sea tetrapléjico o tenga sufrimiento», explica Díez.

Pero, ¿qué sucede si una familia no puede hacer frente al gasto que supone tener un animal de compañía gravemente enfermo pero no en situación terminal, que no pueda costear una medicación paliativa en caso de enfermedad crónica o una operación sin una garantía clara de recuperación? ¿Qué sucede si no logra contener sus esfínteres?

«Pues otra laguna, esta de carácter práctico», explica el presidente de los veterinarios de la Comunidad. «La ley establece que deberían hacerse cargo los ayuntamientos, pero...», añade Luciano Díez. Y en los puntos suspensivos ya lo dice todo.

«Sólo existe una posibilidad, que intervenga un juez o un veterinario de la administración, que a petición de la familia y con un informe del veterinario, una autoridad judicial o administrativa con competencias para ello lo decida», explica Díez.

Al menos una vez al mes, Tula acude a un centro de rehabilitación en León que utiliza el agua como terapia en una especie de piscina, pasa revisiones periódicas para ver la situación de las placas que le colocaron para sujetar su columna vertebral y Lorena le da todos los días antes de dormir un masaje, que en su casa conocen como ‘tulimasaje’, para relajar la musculatura de sus patas delanteras. Vive feliz, corre en ruedas como el viento.

El lunes cumple tres años. Los primeros de su nueva vida.

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