| Análisis | Conciliación de la vida personal y laboral |
La familia, en la encrucijada
La escasa corresponsabilidad en el hogar, el difuso apoyo a la natalidad y los horarios de trabajo son obstáculos que hay que vencer si se quieren superar los problemas actuales
Se habla mucho de la familia últimamente en España. Y de la conveniencia de prestar más atención a esta faceta de nuestra vida. Esta preocupación ha llegado, incluso, al ámbito de la empresa, donde se empieza a oír la expresión «conciliación de la vida personal y laboral». A lo largo de este artículo, mi intención es hacer un rápido diagnóstico de la familia en España, y plantear algunas propuestas sociales que pueden resolver los actuales problemas. ¿Tiene la estructura familiar buena salud en España? Es decir, ¿cómo estamos en una serie de indicadores básicos socio-familiares? Con el fin de abordar estas cuestiones, me centraré en cuatro temas: tasa de natalidad y acceso a la maternidad, atención que reciben los niños en casa, trabajo doméstico de los hombres y condiciones de vida de los ancianos. Primera cuestión: ¿cuántos hijos tenemos y a qué edad los tenemos? Nuestra tasa de natalidad es la más baja de toda la Unión Europea, 1,16 hijos por mujer (INE, 1998). Por otro lado, las españolas tienen los hijos cada vez más tarde, con los consiguientes riesgos sanitarios. En 1989, la «madre media» tenía 28,7 años. En 2001, último dato del INE, 30,7 años. Segundo tema a tratar: ¿qué tal atendemos a nuestros hijos? No pretendemos aquí hacer un juicio moral de los padres españoles, pero sí ofrecer algún dato que nos ayude a analizar determinadas situaciones. Según un reciente estudio del Consejo Audiovisual de Cataluña (CAC), los niños de nuestro país pasan una media de 990 horas al año delante de la TV y otros medios audiovisuales, frente a las 960 horas que están en el colegio. De estas cifras, podemos sacar algunas conclusiones llamativas. La televisión, Internet y los vídeo-juegos se están convirtiendo en los «nuevos educadores». Podemos estar creando lo que Victoria Camps, catedrática de Ética en la Universidad Autónoma de Barcelona, llama «analfabetos audiovisuales», es decir ciudadanos que ven la TV sin control y sin criterio. Los hombres en casa Otra cuestión relevante es el nivel de compromiso de los varones con la familia. Según estadísticas del Instituto de la Mujer, del año 2001, el hombre español dedica menos de la mitad de tiempo que su contraparte femenina al cuidado de la familia (51 min. frente a 1 h, 51 min, ver Gráfico 1) y al trabajo doméstico (3 h 10 min, vs. 7 h 22 min). Esta situación podía ser asumida en el pasado por la sociedad, teniendo en cuenta que existía un reparto tradicional de funciones por sexo. Pero, hoy día, resulta insostenible. La mujer ya no sólo es «cuidadora», sino que también es «generadora de ingresos». En cuarto y último lugar: ¿cómo atendemos a los ancianos? Para contestar esta pregunta, sugiero leer una información de El País , de 25-1-2004. En este reportaje, se nos dan algunas estadísticas demoledoras. Se refieren a la capital de España, pero pueden ser síntomas de una realidad social extrapolable a todo el país. En esta ciudad, hay unas 132.600 personas de más de 64 años, que viven «en la más absoluta soledad». 48.000 de estos ciudadanos son lo que se llama «ancianos frágiles» (mayores de 80 años, sin compañía y con alguna discapacidad). Y 115, de entre ellos, murieron solos, en sus casas, en 2003. El título de uno de los párrafos de este artículo hiela la sangre al lector sensible: «Hedores y ladridos». Parece que algunos de los cadáveres de estos viejos solitarios son descubiertos, sólo gracias al ladrido de una mascota o al fuerte olor que sale de la casa del fallecido. Al principio del artículo, nos planteábamos: «¿Tiene la estructura familiar buena salud en España». Mi respuesta es, necesariamente negativa. Nuestra tasa de natalidad es de las más bajas del mundo. Los niños españoles pasan poco tiempo con los padres y mucho con la TV. Los varones no hacen todavía, en nuestro país, la parte del trabajo doméstico que les corresponde. Y, finalmente, muchos de nuestros ancianos mueren solos o viven desatendidos, sobre todo en las grandes ciudades. Por tanto, la familia española tiene un grave cuadro clínico, a pesar de su tradicional importancia en nuestra sociedad. Propuestas sociales ¿Se puede hacer algo desde los poderes públicos para apoyar la familia, para fomentar la conciliación? En la sección anterior de este artículo, hemos detectado algunos problemas de envergadura. Vamos a ver, a continuación, qué remedios se pueden aplicar, desde la Administración, para aportar más recursos y cambiar prácticas socio-laborales inadecuadas. ¿Cómo se puede mejorar la natalidad y adelantar el acceso a la maternidad? La primera respuesta es no seguir haciendo las cosas como hasta ahora. Esto es lo que dice ABC Nuevo Trabajo, de 30 de noviembre de 2003: «Las ayudas económicas a las familias: escasas, dispersas y por debajo de la media europea. España dedica sólo el 0,4% del PIB a este capítulo, mientras que la UE se gasta el 2,2%» (ver Gráfico 2). Actualmente, en nuestro país, hay que tener 18 hijos para conseguir las prestaciones de una familia alemana con 3 niños. Es decir, la primera medida que se debe adoptar es mejorar las ayudas a la familia. Otras soluciones tendrían que ver con paliar problemas sociales genéricos (precariedad laboral y subida del precio de la vivienda). La producción y la vida privada ¿Podemos tener un país competitivo y, al mismo tiempo, atender más a nuestros hijos? Analicemos, en primer lugar, cuál es el horario típico de un profesional en España. No es raro, sobre todo en Madrid, que una persona salga del trabajo a las 8 ó 9 de la noche. Apareciendo en su casa 1 hora más tarde. En estas condiciones, el tiempo que puede pasar con sus hijos es mínimo. Frente a esta situación, algunos expertos recomiendan decididamente que adoptemos el horario europeo. Saldríamos a las 5 de la tarde, con una hora para comer. Y tendríamos vida fuera del trabajo. Una decisión así, substituir el infernal horario español, implicaría un cambio de mentalidad social. Pero tendría que ser impulsado, enérgicamente, desde los poderes públicos. Otra de las cuestiones que debemos abordar es cómo podemos implicar más a los hombres en el cuidado de la casa y la familia. Antes hemos visto estadísticas que confirman que la mujer se ocupa, principalmente, de estos dos ámbitos. Lo que le quita oportunidades de trabajo y promoción social. Derechos con efecto bumerán Cuando se ha intentado apoyar la situación laboral de la mujer, lo que se ha conseguido es cargarla de derechos, que, al final, se han vuelto contra ella. Es decir, ha habido un «efecto bumerán». Cuantos más derechos tienen las trabajadoras, menos interés tienen los empresarios por contratarlas. Por tanto, lo que habría que hacer es equilibrar las cosas, dando a los hombres más derechos en el ámbito trabajo-familia. Se trataría de que los varones asumieran, con naturalidad, permisos de paternidad amplios y obligatorios, o incluso que las 16 semanas posteriores al parto, que suele disfrutar exclusivamente la mujer, fueran repartidas entre los dos miembros de la pareja. Por otro lado, hay que inculcar a nuestros compatriotas masculinos el valor de la corresponsabilidad en el hogar. Se debe repartir el trabajo doméstico entre hombres y mujeres en términos de igualdad. Y, finalmente, ¿cómo resolvemos la desatención crónica que sufren los ancianos españoles? Parece claro que hay que afrontar esta situación con seriedad y con medios económicos. Esto supondría seguir el modelo de otros países de nuestro entorno, donde se ha creado un cuarto pilar del Estado de bienestar. Los tres pilares tradicionales, que tenemos ya en España, son: Educación, Sanidad y Prestaciones Sociales (pensiones, subsidios de desempleo). Se trata de incorporar ahora los Servicios Sociales, es decir, la atención a los mayores y a los discapacitados. Se trata de contar con una red de asistencia domiciliaria, con financiación pública, que haga posible el envejecimiento en casa. Así, evitamos el desarraigo de los mayores, que pueden seguir viviendo en su pueblo o su barrio, pero con apoyo externo. Se evita la soledad del anciano, que va a recibir visitas diarias de profesionales socio-sanitarios. Pero, además, damos solución a la desatención de los mayores. En 2001, el 16 % de la población tenía más de 65 años. En 2050, los mayores van a ser el 48% de la población (ver Gráfico 3). Si no buscamos iniciativas viables e innovadoras, nos enfrentaremos a un gran caos social. Corresponsabilidad y horarios En conclusión, ¿qué se puede hacer, desde los poderes públicos, para apoyar a la familia y fomentar la conciliación? Ciertamente, mucho. En primer lugar, la Administración debe mejorar el sistema de ayudas a las familias. Además, habría que promover un debate social sobre la conveniencia de adoptar el horario europeo. Por otro lado, se debe impulsar una nueva cultura de la corresponsabilidad en el hogar de hombres y mujeres. Y, por último, España necesita una potente red pública de asistencia domiciliaria a ancianos y dependientes. La familia tiene que ser, en consecuencia, uno de los principales campos de acción social de los gobiernos en los próximos años. Los retos a los que se enfrentarán las familias en los próximos años son de gran envergadura. Pero esos desafíos se pueden ganar. Al fin y al cabo, y como dicen las Madres de la Plaza de Mayo, «la única lucha que se pierde es la que se abandona».