Diario de León

Cooperante de Médicos sin Fronteras

«La violencia sexual se ha utilizado como arma de guerra en Sudán»

La médica leonesa subraya que la mayoría de las mujeres optan por no denunciar porque al tratarse de una república islámica «podrían ser denunciadas por adulterio»

Mercedes García Valcarce, en León

Mercedes García Valcarce, en León

León

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La leonesa Mercedes García Valcarce acaba de llegar de Darfur, una región de Sudán tan grande como Francia, donde se estima que hay 1.200.000 personas desplazadas, de las cuales 200.000 están refugiados en el vecino Chad, en campos de refugiados, después de sobrevivir a una campaña de violencia y terror que duró 18 meses. En los campos viven hacinados, en precarias condiciones higiénicas y bajo la amenaza de epidemias. Tras perder la cosecha de este año su supervivencia depende de la ayuda internacional. «Impacta llegar a pleno desierto y ver las chozas de los desplazados. Nosotros trabajábamos en un campo de 20.000 personas y las condiciones de vida son muy duras», explica la médica, nacida en la localidad leonesa de Cuadros y experta en epidemiología. Con anterioridad ha trabajado con Médicos sin Fronteras en Angola y Argentina. La escasez de agua convertía su labor en un círculo vicioso: «Es muy difícil mantener limpios a los niños y la conjuntivitis se propaga constantemente». En Abusor, que era uno de los campos más grandes, tardaban doce horas para traer cuatro litros por persona. «Darfur es una región que vive de la agricultura y la ganadería y las milicias árabes han arrasado con todo. Han quemado aldeas, han controlado el agua... Aparte de que es una región olvidada, sin carreteras ni saneamiento, ni salud ni educación», explica la doctora. Se levantaba a las siete de la mañana y a las ocho se dirigía al campo de desplazados de situado a 20 kilómetros, pero requiere tres cuartos de hora de viaje. Están allí hasta las tres o las cuatro de la tarde. Por la tarde comes, haces un poco de descanso y preparas el trabajo del día siguiente. Allí ocio no hay», añade. Era la primera vez que estaba en un país musulmán, «me ha chocado mucho». Se acostumbró a que la llamaran «jawaye» como a todos los extranjeros, pero no a ver siempre a las mujeres tapadas y a «la relación entre ellos: nunca he visto un gesto de cariño de un hombre hacia una mujer», subraya. Los cooperantes tenían prohibido hacer fotos en Darfur pero la imagen que guarda de aquella gran extensión de desierto camino del campo de desplazados «son los burros y las mujeres trabajando en los campos». -¿Qué tipo de enfermedades trataba con más frecuencia entre los refugiados? -Sobre todo diarreas e infecciones respiratorias en la época de frío. Tuvimos una epidemia de sarampión. Me sorprendió que no había nada de sarna, pese al hacinamiento y las malas condiciones de saneamiento de los campos, las altas temperaturas (40-44 º C) debían matar todos los microorganismos. Sin embargo veíamos muchísimas conjuntivitis en los niños por falta de agua, además hay tantas moscas que lo transmiten todo. -¿Qué otras amenazas hay para la población refugiada? -Vine a finales de abril y se esperaba un aumento de la malnutrición como consecuencia de la reducción de la distribución del comida del PAM (Programa Alimentario Mundial) y la sequía. Otro problema muy fuerte, que es una de las formas de los nuevos métodos de guerra es la violencia sexual. -¿Las agresiones sexuales se detectan con facilidad? -Es muy difícil porque es un tema tabú y como es una república islámica está en vigor la sharia. Las mujeres pueden denunciar, pero probablemente se la acuse de adulterio en lugar de castigar la violencia sexual, que la utilizan las milicias árabes y se da sobre todo en niños y mujeres. Trabajamos con profesionales locales y hay médicos sudaneses que no se atreven a denunciar. -¿Tienen capacidad desde MSF para hacer algo en estos casos? -Se está haciendo. Hace unos días detuvieron al coordinador médico de Sudán por un informe sobre la violencia sexual que se publicó en marzo en Holanda. Forma parte de la labor de denuncia. En cuanto a la atención, hacemos el tratamiento médico (antirretrovirales, hepatitis B, tétanos y la píldora del día después) y tenemos un protocolo de apoyo psicológico a las víctimas. -¿Trabajar con personal local facilita las cosas? -Éramos 25 personas entre sanitarios y logísticos de MSF y trabajábamos con unos 150 profesionales del país. Es una gran ventaja trabajar con médicos locales -en Angola no conocí a ninguno- aunque el tema de la violencia sexual es muy difícil. El Corán no habla nada de la ablación de clítoris, pero se empezó a hacer en la época de Egipto y si la madre no lo hace su hija no será aceptada como mujer. En la zona donde trabajé ví prácticamente todas las mujeres con ablación de clítoris, lo comentaba con el personal local y ellos mismos dicen que es una mutilación. Por otro lado, te sorprende cómo lo controlan y lo tienen tapado, porque nunca me llegó un caso de infección por ablación de clítoris. Está prohibido en Sudán desde 1990 y me imagino que en la capital, Jartum, no se hace pero en el medio rural es otra cosa. -¿Qué impresión tiene del mundo después de haber pasado por estas experiencias en Angola y en Sudán? -No sé cómo explicarlo. Vienes aquí y es todo tan distinto. Allí no se vive, se sobrevive. Las necesidades básicas no están cubiertas, mientras que en nuestro mundo está todo cubierto y encima tiramos. Ahora mismo, mi obsesión es el derroche de agua. -Dicen que África es un continente perdido, ¿cree que hay esperanza para África? -Yo creo que sí. Si no se intenta... Además yo pienso que África es un poco producto nuestro, de la colonización. Hay que intentarlo. Hay una diferencia clara entre África y América; en América hay algo hecho, alguna infraestructura; en África no hay nada. Médicos sin Fronteras luchó para que la terapia combinada de antimaláricos lo asumieran como protocolo nacional los gobiernos y hay algunos que ya están aceptando. No la doy por perdida. A lo mejor estamos perdidos nosotros. Pienso que nos pueden enseñar muchas cosas. -Durante las crisis humanitarias de los 90 se tuvo que revisar también el papel de las oenegés. ¿En qué momento se encuentra ahora la cooperación? -Médicos Sin Fronteras siempre ha tenido África en mente y va a seguir allí trabajando. La presencia de las oenegés, aparte de lo que puedan dar de asistencia, supone además una protección para las poblaciones desplazadas o en guerra. Cuando estás allí se reprimen un poco de atacar. MSF es una organización sanitaria de emergencias y siempre va a estar en cualquier guerra. Ayer Médicos Sin Fronteras comunicó la retirada de los cargos contra sus responsables en Sudán y Darfur, lo que, según la oenegé, facilitará la labor humanitaria que realiza en la región.

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